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3.- Empezando a leer el primer libro. El niño que vivió


- Muy bien, ahora cenaremos y después descansaremos. Mañana empezaremos a leer los libros.
Todos estuvieron de acuerdo y así lo hicieron. Se quedaron durmiendo rápido debido a las emociones del día.
Al día siguiente todos salieron de sus habitaciones y desayunaron rápido para comenzar a leer. Cuando todos hubieron acabado, Dumbledore hizo aparecer unos puffs, sofás, sillones... para que todos estuviesen cómodos y tomó el primer libro.
- Este libro se llama.. - sonrió y Harry se puso muy nervioso al pensar que sus padres lo matarían al saber lo que hizo en su primer año, bueno, sus padres y Sirius – Harry Potter y la piedra filosofal.
- ¿Qué tiene que ver mi hijo con esa piedra? - le preguntó su madre extrañada.
- Se descubrirá en el libro señora Potter – le dijo amablemente Dumbledore – bueno si no es molestia, me gustaría leer el primer capítulo.
Al ver que nadie ponía ninguna objección comenzó a leer...
- El capítulo se llama... EL NIÑO QUE VIVIÓ
Todos los del pasado se tensaron ante eso... ¿qué ocurría? ¿por qué el director ni sus amigos e hijos del futuro no les habían dicho nada de sus vidas?
El señor y la señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive,
- Ahí es donde vive mi hermana, con su marido, ¿por qué la historia habla de ellos? - volvió a preguntar Lily.
- Pronto lo averiguará, tranquila, relájese – le pidió McGonnagall, que sabía lo que iba a pasar y temía por su reacción.
estaban orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. Eran las
últimas personas que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o
misterioso, porque no estaban para tales tonterías.
El señor Dursley era el director de una empresa llamada Grunnings, que
fabricaba taladros.
- ¿Qué son los taladros? - preguntaron a la vez los dos Arthurs curiosos y se sonrieron por la similitud.
- Es un instrumento muggle que hace agujeros en la pared – explicó Hermione con tranquilidad.
Ah, curioso, muy curioso – dijo ArthurW
Era un hombre corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque con un bigote inmenso.
- Una morsa – rieron los merodeadores.
La señora Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello
casi el doble de largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba
la mayor parte del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines
para espiar a sus vecinos.
- ¡Qué chismosa! - se asombró Alice – con perdón Lils
- Tranquila, yo tampoco la soporto – le dijo sin darle importancia.
Los Dursley tenían un hijo pequeño llamado Dudley, y para ellos no había un niño mejor que él.
Los Dursley tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y su mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se supiera lo de los Potter.
- ¿Cómo que lo de los Potter? - le gritó James “al libro”.
- ¿Cómo se atreve? ¿Qué les pasa a los Potter? Tendrán envidia – comentó Canuto.
Y todos rieron alegres dándole la razón.
La señora Potter era hermana de la señora Dursley, pero no se veían desde hacía años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía hermana,
Eso fue un golpe bajo para Lily, a la cual comenzaron a aguársele los ojos pero evitó llorar allí, porque no quería parecer débil.
porque su hermana y su marido, un completo inútil,
- ¿Cómo que inutil? Es un idiota y todo eso, pero no un inutil – exclamó enfadado canuto.
- Oye, más respeto hermano – intentó mirarlo con enojo pero no pudo y comenzaron a reír.
eran lo más opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar.
- ¡Faltaría más! Si quiere nos parecemos a ellos – y todos rieron con el comentario del de ojos avellana.
Los Dursley se estremecían al pensar qué dirían los vecinos si los Potter apareciesen por la acera.
- Pelirroja, cariño – la miró con complicidad.
- Los iremos a visitar cuando volvamos, y les daremos una sorpresa – rió de forma maléfica y todos se estremecieron al oírla porque cuando se enfadaba daba demasiado miedo.
Sabían que los Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían visto. El niño era otra buena razón para mantener alejados a los Potter: no querían que
Dudley se juntara con un niño como aquél.
- Ni nuestro Harry se juntará con un niño como Dudley – respondió la pelirroja enfadada, y James la miró divertido.
Nuestra historia comienza cuando el señor y la señora Dursley se
despertaron un martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban
tormenta. Pero nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los
acontecimientos extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en
toda la región.
- ¿Qué clase de acontecimientos? ¿Ocurrió algo malo? - y miró a su hijo.
- Mamá tranquila, ya lo verás, no te preocupes – y le sonrió, sonrisa que fue devuelta, aunque algo forzada.
El señor Dursley canturreaba mientras se ponía su corbata más
sosa para ir al trabajo, (risas de los merodeadores) y la señora Dursley parloteaba alegremente mientras instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta. Ninguno vio la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.
- ¿Una lechuza? Qué extraño – habló por primera vez Lunático.
- ¿Qué es lo extraño Lunático? - le preguntó Canuto.
- No es normal que las lechuzas vuelen tan bajo y a esa hora del día – razonó el primero, dejando a más de uno preocupado, aunque por distintas razones.
A las ocho y media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora
Dursley en la mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no
pudo, ya que el niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra
las paredes.
- Dios, vaya niño, ni Fred y George hacían eso – les miró su madre con alegría y un poco de... ¿enfado?
- Bueno no podíamos ser perfectos – comenzó George.
- Bastante teníamos con destrozar las sillas y los platos como para también tirar la comida, ese es un bien muy preciado – acabó Fred ofendido, como si su madre hubiese dicho una barbaridad, a lo que todos rieron.
«Tunante», dijo entre dientes el señor Dursley mientras salía de la casa. Se metió en su coche y se alejó del número 4.
Al llegar a la esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un gato estaba mirando un plano de la ciudad.
- Apuesto lo que querais a que es Minnie – dijo Canuto.
- No lo creo Sirius – le contradijo Dromeda - ¿qué iba a hacer la profesora en un barrio muggle?
- Apostemos.
- No estoy para tus tonterías – y antes de que su primo pudiese protestar le pidió al profesor que continuase.
Durante un segundo, el señor Dursley no se dio cuenta de lo que había visto, pero luego volvió la cabeza para mirar otra vez. Sí había un gato atigrado en la esquina de Privet Drive, (“es ella, seguro” pensó Canuto) pero no vio ningún plano. ¿En qué había estado pensando? Debía de haber sido una ilusión óptica. El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le devolvió la mirada.
- Ahora si que no lo puede negar – le rebatió Canuto.
- No creo que fuese yo señor Black – le respondió McGonnagall.
Mientras el señor Dursley daba la vuelta a la esquina y subía por la calle, observó al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el felino estaba leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los gatos
no saben leer los rótulos ni los planos).
- Por eso es Minnie – volvió al ataque el ojigris menor.
- Canuto déjalo ya, todos sabemos que es ella aunque lo niegue – lo calló Cornamenta, recibiendo una mirada severa de la profesora.
El señor Dursley meneó la cabeza y alejó al gato de sus pensamientos. Mientras iba a la ciudad en coche no pensó más que en los pedidos de taladros que esperaba conseguir aquel día.
- ¡Vaya hombre! ¿No se deprimirá de su aburrida vida? - saltó Tonks riendo, causando risas de los demás presentes.
Pero en las afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente. Mientras esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de advertir una gran cantidad de gente vestida de forma extraña. Individuos con capa.
- ¡Magos! ¿Qué estaba ocurriendo? - preguntó Lily con miedo.
- Nunca habían sido tan irresponsables – la secundó Lunático preocupado.
El señor Dursley no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula. ¡Ah, los conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una moda nueva. Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se posó en unos extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre sí, muy excitados. El señor Dursley se enfureció al darse cuenta de que dos de los desconocidos no eran jóvenes. Vamos, uno era incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde esmeralda!
- Seguro que era un Slytherin – repuso Cornamenta, y fue apoyado por casi toda la sala, menos, claramente, los profesores y las serpientes.
¡Qué valor! Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna tontería publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para algo. (“imbecil” pensaron algunos) Sí, tenía que ser eso. El tráfico avanzó y, unos minutos más tarde, el señor Dursley llegó al aparcamiento de Grunnings, pensando nuevamente en los taladros.
El señor Dursley siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su oficina del noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría costado concentrarse en los taladros.
- ¿Por qué? - interrumpió Canuto.
- Si te callas y dejas que el profesor siga leyendo lo sabremos – le reprochó Lily y sorprendentemente el aludido calló.
No vio las lechuzas que volaban en pleno día,
- Esto cada vez es más raro – habló Lunático – algo gordo ha tenido que pasar.
- Tienes razón, y eso es lo que más me preocupa – señaló la pelirroja.
aunque en la calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta, mientras las aves desfilaban una tras otra. La mayoría de aquellas personas no había visto una lechuza ni siquiera de noche. Sin embargo, el señor Dursley tuvo una mañana perfectamente normal, sin lechuzas. Gritó a cinco personas. Hizo llamadas telefónicas importantes y volvió a gritar.
- ¿Eso es tener una mañana normal? - comentó Canuto y todos rieron.
Estuvo de muy buen humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las piernas y dirigirse a la panadería que estaba en la acera de enfrente.
- La morsa necesita comer – volvió a hablar Canuto y algunos lo miraron con reproche para que se callase y dejase de interrumpir.
Había olvidado a a gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que estaba al lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por qué, pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con agitación y no llevaba ni una hucha. Cuando regresaba con un donut gigante en una bolsa de papel, alcanzó a oír unas pocas palabras de su conversación.
Los Potter, eso es, eso es lo que he oído...
Sí, su hijo, Harry...
- ¿Qué le pasó a Harry? - preguntó Lily con miedo - ¿Qué le ocurrió a nuestro pequeño?
- Mamá tranquila estoy aquí, no me ha pasado nada malo.
Aunque con eso no pudo tranquilizarla mucho.
El señor Dursley se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia los que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo. Se apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Dijo a gritos a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió el teléfono y, cuando casi había terminado de marcar los números de su casa, cambió de idea. Dejó el aparato y se atusó los bigotes mientras pensaba... No, se estaba comportando como un estúpido. Potter no era un apellido tan especial.
- Solo hay una familia Potter, claro que somos especiales – expresó su desconcierto Cornamenta.
Estaba seguro de que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que
tenían un hijo llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de
que su sobrino se llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse
Harvey. O Harold.
- ¡Jamás le pondría a mi niño esos nombres tan feos! - Lily estaba cabreada, y los del futuro los miraban con pena. Pronto sabrían de su muerte y no sabían como iban a reaccionar.
No tenía sentido preocupar a la señora Dursley, siempre se trastornaba mucho ante cualquier mención de su hermana. Y no podía reprochárselo. ¡Si él hubiera tenido una hermana así...!
- Mejor que la suya seguro que es – y todos rieron ante el comentario de Canuto.
Pero de todos modos, aquella gente de la capa...
Aquella tarde le costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el edificio, a las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.
Perdón —gruñó,
- ¡Esto es increíble! - se sorprendió Harry, a lo que Ron y Hermione rieron.
- ¿Qué es lo increíble cariño? - le preguntó su madre.
- ¡Ha pedido perdón! - volvió a hablar el azabache – seguro que hay una cámara oculta.
Y todos volvieron a reír por su comentario.
mientras el diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al suelo. Segundos después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre llevaba una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al contrario, su rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras decía con una voz tan chillona que llamaba la atención de los que pasaban:
¡No se disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme! ¡Hay que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta los muggles como usted deberían celebrar este feliz día!
- ¡Imposible! ¿De verdad se ha ido? - todos los del pasado estaban muy sorprendidos.
Y el anciano abrazó al señor Dursley y se alejó. El señor Dursley se quedó completamente helado. Lo había abrazado un desconocido. Y por si fuera poco le había llamado muggle, no importaba lo que eso fuera. Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que nunca había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación).
- ¡Odio a tu cuñado Cornamenta!
- Yo también Canuto, yo también.
Cuando entró en el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no mejoró su humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana. En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba seguro de que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas alrededor de los ojos.
¡Fuera! —dijo el señor Dursley en voz alta.
El gato no se movió. Sólo le dirigió una mirada severa. (todos rieron) El señor Dursley se preguntó si aquélla era una conducta normal en un gato.
- En Minnie sí – volvió Canuto al ataque.
- Totalmente de acuerdo yo pasado – y ambos se ganaron una mirada de reproche de la subdirectora, aunque lo pasaron por alto.
Trató de calmarse y entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle nada a su esposa. La señora Dursley había tenido un día bueno y normal. Mientras comían, le informó de los problemas de la señora Puerta Contigua con su hija, (“chismosa” fue el pensamiento de la mayoría) y le contó que Dudley había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»). El señor Dursley trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron a Dudley, fue al salón a tiempo para ver el informativo de la noche.
—Y por último, observadores de pájaros de todas partes han informado de que hoy las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual. Pese a que las lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es muy difícil verlas a la luz del día, se han producido cientos de avisos sobre el vuelo de estas aves en todas direcciones, desde la salida del sol. Los expertos son incapaces de explicar la causa por la que las lechuzas han cambiado sus horarios de sueño. —El locutor se permitió una mueca irónica—. Muy misterioso.
- ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo pasa! - la pelirroja estaba cada vez más nerviosa, porque quería saber que pasaba con su Harry.
Y ahora, de nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más lluvias de lechuzas esta noche, Jim?
Bueno, Ted —dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de lugares tan apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado para decirme que en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron un chaparrón de estrellas fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a celebrar antes de tiempo la Noche de las Hogueras. ¡Es la semana que viene, señores! Pero puedo prometerles una noche lluviosa.
El señor Dursley se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por
toda Gran Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel
cuchicheo sobre los Potter...
- Lo bueno de esto es que sabemos que no es tan tonto como creíamos – les dijo Ron a sus amigos, los cuales rieron, mientras los demás los veían dudosos.
La señora Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta con nerviosismo.
Eh... Petunia, querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?
Como había esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada. Después de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.
Eso le dolió mucho a Lily y sus ojos comenzaron a cristalizarse. James, al verla así la abrazó y la reconfortó para que supiera que no estaba sola y que tenía gente en la que confiar, gente que estaría ahí para ella siempre, sin importar lo que pasase.
No —respondió en tono cortante—. ¿Por qué?
Hay cosas muy extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—.
Lechuzas... estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente
con aspecto raro...
- ¡Raro serás tú! - exclamaron todas las serpientes con asco.
¿Y qué? —interrumpió bruscamente la señora Dursley
Bueno, pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya sabes...
su grupo.
- ¿Nuestro grupo? - preguntó Lily secándose las lágrimas.
- Se refiere a los magos y las brujas – le explicó su hijo con una sonrisa un poco forzada, ya que sabía que si ese libro contaba su vida pronto llegarían a la parte en la que se enterarían de su muerte, y eso le dolía mucho.
La señora Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido «Potter». No, no se atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de parecer despreocupado:
El hijo de ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?
Eso creo —respondió la señora Dursley con rigidez.
¿Y cómo se llamaba? Howard, ¿no?
—Harry. Un nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.
- ¡Dudley si que es un nombre vulgar! - Canuto estaba cabreado, y todos estuvieron de acuerdo con él. Cada vez le caían peor esos Durleys y querían saber qué tenían que ver con la historia de Harry.
Oh, sí—dijo el señor Dursley, con una espantosa sensación de abatimiento—. Sí, estoy de acuerdo.
No dijo nada más sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó lentamente hasta la ventana del dormitorio y escudriñó el jardín delantero. El gato todavía
estaba allí. Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera
esperando algo. ¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que ver con los Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran parientes de
unos... bueno, creía que no podría soportarlo.
- Imbécil – mascullaron algunos.
Los Dursley se fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente, pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello dando vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento antes de quedarse dormido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en los sucesos, no había razón para que se acercaran a él y a la señora Dursley. Los Potter sabían muy bien lo que él y Petunia pensaban de ellos y de los de su clase... No veía cómo a él y a Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera que ver (bostezó y se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos... ¡Qué equivocado estaba!
- ¿Equivocado? ¡Por Merlín, que alguien me diga qué está pasando! - exclamó Lily cada vez más alterada.
- Tranquila cariño, seguro que no es nada malo – aunque ni el mismo Cornamenta se creía sus propias palabras.
El señor Dursley cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba sentado en la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba tan inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la esquina de Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la puertezuela de un coche en la calle de al lado, ni cuando dos lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es que el gato no se movió hasta la medianoche. Un hombre apareció en la esquina que el gato había estado observando, y lo hizo tan súbita y silenciosamente que se podría pensar que había surgido de la tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron.
- ¿A quién esperaba Minnie?
- Siga leyendo y lo averiguará, señor Black – le respondió esta.
- Entonces reconoce que era usted – y ella se tapó la boca al darse cuenta de su error, pero no le dio importancia.
En Privet Drive nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que podría sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una capa color púrpura que barría el suelo y botas con tacón alto y hebillas. Sus ojos azules eran claros, brillantes y centelleaban detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía una nariz muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez. El nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore. (Ese mismo nombre fue pronunciado por toda la sala a la misma vez que el profesor lo leía, y todos rieron por la coincidencia)
Albus Dumbledore no parecía darse cuenta de que había llegado a una calle en donde todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal recibido. Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró al gato, que todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta de la calle. Por alguna razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió entre dientes y murmuró:
Debería haberlo sabido.
Encontró en su bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un encendedor de plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió otra vez y la siguiente lámpara quedó a oscuras. Doce veces hizo funcionar el Apagador,
- ¡Yo quiero uno! - dijeron a la vez Canuto, Cornamenta, Tonks, Sirius y los gemelos, que se ganaron una mirada de reproche de su madre.
- Son invención propias, pero puedo hacer una excepción – habló el director.
- Nosotros tenemos ese encendedor en casa – todos miraron sorprendidos al pelirrojo que había hablado, era el hijo de Ron.
- ¿Nosotros? ¿Estás seguro? - le preguntó su padre dudoso.
- ¡Claro! Tú nos dijiste que el mismo Dumbledore te lo había dado antes de empezar el séptimo año, y que ese curso te fue muy útil, aunque no diré el porqué, así que no preguntéis.
hasta que las únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres lejanos: los ojos del gato que lo observaba. Si alguien hubiera mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría podido ver lo que sucedía en la calle.
Dumbledore volvió a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el número 4 de la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró, pero después de un momento le dirigió la palabra.
Me alegro de verla aquí, profesora McGonagall.
- ¡LO SABÍA! - gritó Canuto feliz.
- Sí, sí, vale, pero no grites – le reprochó Lunático.
Se volvió para sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le dirigía la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de montura cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de los ojos del gato. La mujer también llevaba una capa, de color esmeralda. Su cabello negro estaba recogido en un moño. Parecía claramente disgustada.
¿Cómo ha sabido que era yo? —preguntó.
Mi querida profesora, nunca he visto a un gato tan tieso. (y toda la sala, sin excepción alguna, se largó a reír por un buen rato)
Usted también estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una pared de ladrillo —respondió la profesora McGonagall.
¿Todo el día? ¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber pasado por una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.
- Usted celebrando y la pobre de Minnie allí sentada esperándolo.
- Señor Black, le he dicho millones de veces que no me diga Minnie.
- Encima que la defiendo profesora – se hizo la víctima el aludido, pero no concenció a nadie.
La profesora McGonagall resopló enfadada.
Oh, sí, todos estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo creía que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles se han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias. —Terció la cabeza en dirección a la ventana del oscuro salón de los Dursley—. Lo he oído. Bandadas de lechuzas, estrellas fugaces... Bueno, no son totalmente estúpidos. Tenían que darse cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en Kent... Seguro que fue Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.
- Siempre me cayó bien el señor Diggle, era amigo de mi padre – dijo Cornamenta con un deje de tristeza en la voz, cosa que no pasó desapercibida por cierta pelirroja, que lo tomó de la mano para mostrarle su apoyo, ya que los padres del azabache habían muerto de viruela de dragón el verano anterior y el pobre James se quedó destrozado.
No puede reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos tenido tan poco que celebrar durante once años...
Ya lo sé —respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto completamente descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni siquiera se p one la ropa de los muggles, intercambia rumores...
- ¿Entonces los rumores son ciertos? ¿Le ha pasado algo a nuestro hijo?
- Tranquila cariño, Harry está aquí, por lo que no ha podido pasarle nada malo – aunque él estaba muy preocupado por lo que podría haberle pasado a su querida Lils.
Lanzó una mirada cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si esperara que éste le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.
Sería extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece
haber desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros.
Porque realmente se ha ido, ¿no, Dumbledore?
Es lo que parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer.
¿Le gustaría tomar un caramelo de limón?
- ¿Un qué? - preguntaron muchos.
Y el profesor se limitó a reír, acompañado de McGonagall, que todavía recordaba aquella conversación.
¿Un qué?
Un caramelo de limón. Es una clase de dulces de los muggles que me
gusta mucho.
- Ahh – fue ahora el sonido general.
No, muchas gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall, como si considerara que aquél no era un momento apropiado para caramelos—. Como le decía, aunque Quien-usted-sabe se haya ido...
Mi querida profesora, estoy seguro de que una persona sensata como usted puede llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de Quien- usted-sabe... Durante once años intenté persuadir a la gente para que lo llamara por su verdadero nombre, Voldemort. —La profesora McGonagall se echó hacia atrás con temor, (al igual que muchos de la sala) pero Dumbledore, ocupado en desenvolver dos caramelos de limón, pareció no darse cuenta—. Todo se volverá muy confuso
si seguimos diciendo «Quien-usted-sabe». Nunca he encontrado ningún motivo
para temer pronunciar el nombre de Voldemort.
Sé que usted no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall, entre la exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos saben que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno, Voldemort, tenía miedo.
- Lo hizo, bien hecho Minnie, estoy orgulloso de usted – y el pobre pelinegro se ganó una mirada de reproche de su profesora.
Me está halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía poderes que yo nunca tuve.
Sólo porque usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.
Casi toda la sala concordó con la profesora.
Menos mal que está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la señora Pomfrey me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.
- Unas orejeras muy bonitas por cierto, profesor – dijo riendo Canuto y pronto se le unieron los demás merodeadores y Dorcas (olvidé que la había traído).
La profesora McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.
Las lechuzas no son nada comparadas con los rumores que corren por ahí. ¿Sabe lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo que finalmente lo detuvo?
- Yo creo que mejor no quiero ni saberlo – dijo Lily con miedo en la voz.
- Tranquila pelirroja, seguro que no habrá pasado nada malo – la apoyó Canuto.
Los que sabían la historia se limitaron a agachar la cabeza, pronto se descubriría todo.
Parecía que la profesora McGonagall había llegado al punto que más deseosa estaba por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo el día en una fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había mirado nunca a Dumbledore con tal intensidad como lo hacía en aquel momento. Era evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos decían», no lo iba a creer hasta que Dumbledore le dijera que era verdad.
- No era algo muy bonito la verdad – aseguró Andrómeda, mirando con reproche a su sobrino.
- ¡OYE! ¡Qué yo soy inocente! - contraatacó Sirius y los del pasado lo miraron asombrados y con un poco de duda sobre lo que habría hecho – por cierto, chicos – dijo esta vez refiriéndose a los del futuro que lo miraron - ¿no sería posible saltarnos el tercer libro?
- ¡Si tú te saltas el tercero yo tampoco quiero leer el segundo! - repuso Ginny.
- Y ya de paso también podríamos saltarnos el cuarto – dijeron Ron y Harry a la vez, aunque cada uno por diferentes razones. El primero no quería recordar cuando se enfadó con su mejor amigo por aquella tontería y el segundo todavía no había superado del todo la muerte de Cedric y no quería volver a escucharla.
- ¿Qué pasa en esos libros? - preguntó Lily mirándolos con temor.
- De eso nada – repuso el peliazul – aquí se leen todos los libros, además yo tengo ganas de leer el tercero – y le dio una mirada fugaz a su padre, que le sonrió de vuelta.
Dumbledore, sin embargo, estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.
- Lo suyo ya es obsesión profesor.
Lo que están diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort apareció en el valle de Godric.
En ese momento Sirius se levantó bajo la mirada de toda la sala y se sentó al lado de Harry, sabía que el chico no iba a poder con eso y, aunque él estuviese igual, tenía que desempeñar su papel de padrino y consolarlo.
Iba a buscar a los Potter. El rumor es que Lily y James Potter están... están... bueno, que están muertos.
- ¿¡QUÉÉ!? ¡NOO! No puede ser... - Canuto dio un puñetazo en la pared y comenzó a llorar.
Lunático lloraba silenciosamente e intentaba consolar a Marlene, ya que Lily era como la hermana que nunca tuvo y estaba deshecha por dentro. Por otra parte, Lily y James estaban abrazados, los dos hechos un mar de lágrimas. Él no quería perderla, no quería hacerle daño a su pelirroja, y ahora, por casarse con él, estaba muerta. Y la pobre de Lily, lo único que pensaba era que el hombre del que siempre había estado enamorada había muerto, y luego estaba lo de Harry, lo habían dejado solo y tendría poco más de un año. Éste, por su parte, lloraba mientras Sirius lo abrazaba, no le gustaba recordar aquella noche, y al ver los libros había sabido que tendría que revivirla. Tonks se aferraba fuertemente a Remus por los recuerdos de lo que pasó aquella noche, a parte del susto que se dieron al enterarse de que Sirius estaba en Azkaban. Los demás lloraban silenciosamente y miraban con pena a la joven pareja que estaba hecha un mar de lágrimas.
- ¿P-por q-qué ellos? - Canuto intentaba contener las lágrimas mientras miraba al director en busca de alguna respuesta.
- Eso supongo que saldrá en algún libro – le respondió Dumbledore sereno – supongo que en algún momento se lo contaré a Harry.
- ¿Y si no lo hace? ¿No nos enteraremos de lo que pasó? - volvió a contraatacar el pelinegro.
- Harry al final se entera por Dumbledore, por lo que saldrá en los libros – interrumpió Teddy – al final de su quinto año, por lo menos eso es lo que me contó hace unos años.
- ¿Yo te lo conté? - Harry estaba bastante sorprendido.
- Claro, eres mi padrino, ¿o se te había olvidado? - dijo con una sonrisa el metamorfomago.
- Cierto, todavía no me acostumbro a esto – le respondió un poco arrepentido.
- No pasa nada, pero recuerda que yo naceré en dos años.
- ¿Tan pronto? - preguntó Sirius con sorpresa – pero si ahora tus padres apenas se hablan.
- Pues ya ves como van a cambiar las cosas – y los del futuro se rieron.
- Bueno, profesor, ¿cómo morimos? ¿Y a Harry le pasó algo? - preguntó la pelirroja preocupada.
- No te preocupes, eso saldrá en este capítulo, y Harry está sano y salvo sentado aquí con nosotros, por lo que no le ocurrió nada – finalizó el director – ahora, continuaré con el capítulo.
Dumbledore inclinó la cabeza. La profesora McGonagall se quedó boquiabierta.
Lily y James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus...
Dumbledore se acercó y le dio una palmada en la espalda.
Lo sé... lo sé... —dijo con tristeza.
La voz de la profesora McGonagall temblaba cuando continuó.
Eso no es todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry. (Los del pasado se tensaron) Pero no pudo. (Lily suspiró aliviada) No pudo matar a ese niño. Nadie sabe por qué, ni cómo, pero dicen que como no pudo matarlo, el poder de Voldemort se rompió... y que ésa es la razón por la que se ha ido.
Dumbledore asintió con la cabeza, apesadumbrado.
¿Es... es verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de todo lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un niño? Es asombroso... entre todas las cosas que podrían detenerlo... Pero ¿cómo sobrevivió Harry en nombre del cielo?
Sólo podemos hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo
sepamos.
- ¿No lo sabe ? - si Dumbledore no lo sabía, entonces pudo dar el caso por perdido.
- Ahora si tengo una idea de lo que pudo pasar, pero eso supongo que saldrá en los libros. Tendré que contarle todo esto a Harry en su momento.
La profesora McGonagall sacó un pañuelo con puntilla y se lo pasó por los ojos, por detrás de las gafas.
- Profesora, no llore por nosotros, por favor.
- Eso Minnie, estaremos bien, donde sea que estemos.
Dumbledore resopló mientras sacaba un reloj de oro del bolsillo y lo examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y ningún número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo. Pero para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y dijo:
Hagrid se retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí, ¿no?
Sí —dijo la profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me va a decir por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.
He venido a e ntregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia que le
queda ahora.
- ¿QUÉÉ? Tiene que ser una broma, ¿verdad profesor? - le reprochó James.
- Era el único lugar seguro para él, joven Potter – le respondió Dumbledore – pero no se preocupe, pasaba solo las vacaciones allí, recuerde que estudiaba en Hogwarts.
- Pero esa gente...
- Lo sé, señor Black, pero era necesario que permaneciera allí.
¿Quiere decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó la
profesora, poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4—. Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No podría encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían por la escalera, pidiendo caramelos a gritos. ¡Harry Potter no puede vivir ahí!
- Gracias por intentarlo Minnie – le dijeron Canuto y Cornamenta a coro.
- No tienen que darlas chicos, siempre fueron mis alumnos favoritos.
Es el mejor lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus tíos podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.
- ¡Sí, claro! Y ellos me contarían la verdad, odiando a mis padres como los odiaban – rió Harry amargamente.
- ¿No te lo contaron? - le preguntó su madre.
- Que va, me enteré cuando Hagrid fue a llevarme la carta.
¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—. Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry Potter! (Este alzó una ceja mirando a su profesora, mientras muchos reían) Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su nombre.
Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de sus gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté preparado para asimilarlo?
La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:
Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara que podía tener escondido a Harry.
- Qué ocurrencias tiene, querida Minnie – empezó Canuto con tono burlón.
- Por lo menos yo estaba allí, no como tú, joven Black – ella, era una de las pocas que todavía no confiaba del todo en Black después de todo.
- Sabe lo que pasó, profesora, yo fui a por Harry, pero Hagrid no me dejó acercarme, dijo que no me lo podía dar...
- ¿Fuiste a por mí? - los ojos del joven brillaron de solo pensar en los cambios en su vida si hubiese vivido con su padrino.
- Por supuesto, nunca lo dudé cachorro – y Harry lo abrazó sollozando.
- Si Hagrid hubiera accedido... ¿crees que todo lo que pasó, lo pudiéramos haber evitado?
- Seguramente cachorro, seguramente – dijo acariciando su pelo, también con lágrimas en los ojos.
- ¿Qué me ocurrirá en el futuro?
- Tercer libro – se limitaron a responder, para luego volver a la lectura, dejando a más de uno confuso.
Hagrid lo traerá.
¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?
- A Hagrid, le confiaría mi vida – dijo Harry, y algunos lo miraron asombrados.
- Muchas gracias Harry – le contestó el gigante sonándose la nariz.
- No tienes que darlas.
A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.
- Piensas igual que el profesor – dijo Ron riendo.
No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?
Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba.
- ¿No será algo malo? - preguntó preocupada la pelirroja.
- Tranquila, no creo que haya pasado nada – la tranquilizó Dumbledore, y continuó leyendo.
Se fue haciendo más fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz. Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
- ¡Mi moto! - exclamó un Sirius muy emocionado.
- ¿Voy a tener una moto en el futuro?
- Por supuesto, y la mejor.
La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con botas de cuero, parecían crías de delfín. En sus enormes brazos musculosos sostenía un bulto envuelto en mantas.
- ¡Hagrid! - exclamaron todos felices de que fuese él.
Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa moto?
Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó.
- Sabía que era mi moto – dijo Sirius con orgullo.
- Nadie te lo había negado – le respondieron Remus y Tonks a la vez, un poco molestos por las continuas interrupciones.
- Vale, vale, tranquilos, ya me callo.
James los miraba con una sonrisa, por muchos años que pasaran, esos dos iban a seguir igual, peleando por cualquier cosa. Se alegraba mucho por sus amigos, pero no llegaba a entender el porqué de la ausencia de Peter, a fin de cuentas, él también era su amigo.
Lo he traído, señor.
¿No ha habido problemas por allí?
No, señor. La casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre Bristol.
- Aww, que mono – se oyó de la mayoría de las mujeres presentes en la sala, y Harry se sonrojó mientras los hombres rodaban los ojos y reían de la cara del muchacho.
Dumbledore y la profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas. Entre ellas se veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata de pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con una forma curiosa, como un relámpago.
Su madre ahogó un grito, preocupada, pero la sonrisa de Dumbledore la tranquilizó un poco.
¿Fue allí...? —susurró la profesora McGonagall.
Sí —respondió Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.
¿No puede hacer nada, Dumbledore?
Aunque pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de Londres.
- Demasiada información – dijeron los merodeadores y los gemelos a la vez.
Bueno, déjalo aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.
Dumbledore se volvió hacia la casa de los Dursley .
¿Puedo... puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid.
Inclinó la gran cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso, raspándolo con la barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un aullido, como si fuera un perro herido.
- Muchas gracias Hagrid – dijeron James y Lily a la vez.
- No tienen que darlas, chicos, haría todo lo que estuviese en mi mano por cuidar de su hijo.
¡Shhh! —dijo la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los muggles!
Lo... siento —lloriqueó Hagrid, y se li mpió la cara con un gran pañuelo—. Pero no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y el pobrecito Harry tendrá que vivir con muggles...
- ¿Pero por qué no se queda conmigo? Yo podría cuidarlo, soy su padrino, ¿verdad?
- Lo siento señor Black, pero no podía tener relación con el mundo mágico hasta que estuviese preparado.
Sí, sí, es todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos - susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba hasta la puerta que había enfrente. Dejó suavemente a Harry en el umbral, sacó la carta de su capa, la escondió entre las mantas del niño y luego volvió con los otros dos.
- ¿L-lo va a dejar a-ahí, sin más? - Lily estaba muy sorprendida con su director, eso si que no se lo esperaba.
- Es lo mejor, señora Potter – a la pelirroja le sorprendió que la llamaran así, pero asintió, aunque no muy convencida.
Durante un largo minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros de Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó furiosamente. La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban habitualmente parecía haberlos abandonado.
Bueno —dijo finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que hacer aquí. Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.
Ajá —respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a Sirius.
- Todavía no me la has devuelto – le reprochó éste al semigigante.
- Y, querido primo, en tu condición, ¿PARA QUÉ MIERDA LA QUIERES? - Andrómeda estaba furiosa - ¿NO PENSARÁS VOLAR SOBRE ESA MOTO POR TODA INGLATERRA, VERDAD? ¿QUIERES QUE TE PILLEN?
- Tranquila, Drómeda, no voy a usarla, era solo un mero comentario.
- De tí, me espero cualquier cosa.
Buenas noches, profesora McGonagall, profesor Dumbledore.
Hagrid se secó las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la moto y le dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.
Nos veremos pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó la nariz por toda respuesta.
Dumbledore se volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y levantó el Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de la calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con un resplandor anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se escabullía por una esquina, en el otro extremo de la calle. También pudo ver el bulto de mantas de las escaleras de la casa número 4.
Buena suerte, Harry —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento de su capa, desapareció.
Una brisa agitó los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía silenciosa bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró sobre la carta y siguió durmiendo, sin saber que era famoso, sin saber que en unas pocas horas le haría despertar el grito de la señora Dursley, cuando abriera la puerta principal para sacar las botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas semanas pinchado y pellizcado por su primo Dudley.. No podía saber tampoco que, en aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces quedas: «¡Por Harry Potter... el niño que vivió!».
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