- Muy bien, ahora
cenaremos y después descansaremos. Mañana empezaremos a leer los
libros.
Todos estuvieron de
acuerdo y así lo hicieron. Se quedaron durmiendo rápido debido a
las emociones del día.
Al día siguiente
todos salieron de sus habitaciones y desayunaron rápido para
comenzar a leer. Cuando todos hubieron acabado, Dumbledore hizo
aparecer unos puffs, sofás, sillones... para que todos estuviesen
cómodos y tomó el primer libro.
- Este libro se
llama.. - sonrió y Harry se puso muy nervioso al pensar que sus
padres lo matarían al saber lo que hizo en su primer año, bueno,
sus padres y Sirius – Harry Potter y la piedra filosofal.
- ¿Qué tiene que
ver mi hijo con esa piedra? - le preguntó su madre extrañada.
- Se descubrirá en
el libro señora Potter – le dijo amablemente Dumbledore – bueno
si no es molestia, me gustaría leer el primer capítulo.
Al ver que nadie
ponía ninguna objección comenzó a leer...
- El capítulo se
llama... EL NIÑO QUE VIVIÓ
Todos los del pasado
se tensaron ante eso... ¿qué ocurría? ¿por qué el director ni
sus amigos e hijos del futuro no les habían dicho nada de sus vidas?
El señor y la
señora Dursley, que vivían en el número 4 de Privet Drive,
- Ahí es donde vive
mi hermana, con su marido, ¿por qué la historia habla de ellos? -
volvió a preguntar Lily.
-
Pronto lo averiguará, tranquila, relájese – le pidió
McGonnagall, que sabía lo que iba a pasar y temía por su reacción.
estaban
orgullosos de decir que eran muy normales, afortunadamente. Eran las
últimas personas
que se esperaría encontrar relacionadas con algo extraño o
misterioso,
porque no estaban para tales tonterías.
El señor Dursley
era el director de una empresa llamada Grunnings, que
fabricaba
taladros.
- ¿Qué son los
taladros? - preguntaron a la vez los dos Arthurs curiosos y se
sonrieron por la similitud.
- Es un instrumento
muggle que hace agujeros en la pared – explicó Hermione con
tranquilidad.
Ah, curioso, muy
curioso – dijo ArthurW
Era un hombre
corpulento y rollizo, casi sin cuello, aunque
con un bigote inmenso.
- Una morsa –
rieron los merodeadores.
La señora
Dursley era delgada, rubia y tenía un cuello
casi el doble de
largo de lo habitual, lo que le resultaba muy útil, ya que pasaba
la mayor parte
del tiempo estirándolo por encima de la valla de los jardines
para espiar a sus
vecinos.
- ¡Qué chismosa! -
se asombró Alice – con perdón Lils
- Tranquila, yo
tampoco la soporto – le dijo sin darle importancia.
Los Dursley
tenían un hijo pequeño llamado Dudley,
y para ellos no había un
niño mejor que él.
Los Dursley
tenían todo lo que querían, pero también tenían un secreto, y
su
mayor temor era que lo descubriesen: no habrían soportado que se
supiera
lo de los Potter.
- ¿Cómo que lo de
los Potter? - le gritó James “al libro”.
- ¿Cómo se atreve?
¿Qué les pasa a los Potter? Tendrán envidia – comentó Canuto.
Y todos rieron
alegres dándole la razón.
La señora Potter
era hermana de la señora Dursley, pero no se veían
desde hacía
años; tanto era así que la señora Dursley fingía que no tenía
hermana,
Eso fue un golpe
bajo para Lily, a la cual comenzaron a aguársele los ojos pero evitó
llorar allí, porque no quería parecer débil.
porque su hermana
y su marido, un completo inútil,
-
¿Cómo que inutil? Es un idiota y todo eso, pero no un inutil –
exclamó enfadado canuto.
- Oye, más respeto
hermano – intentó mirarlo con enojo pero no pudo y comenzaron a
reír.
eran lo más
opuesto a los Dursley que se pudiera imaginar.
- ¡Faltaría más!
Si quiere nos parecemos a ellos – y todos rieron con el comentario
del de ojos avellana.
Los Dursley se
estremecían al
pensar qué dirían los vecinos si los Potter
apareciesen por la acera.
- Pelirroja, cariño
– la miró con complicidad.
- Los iremos a
visitar cuando volvamos, y les daremos una sorpresa – rió de forma
maléfica y todos se estremecieron al oírla porque cuando se
enfadaba daba demasiado miedo.
Sabían
que los
Potter también tenían un hijo pequeño, pero nunca lo habían
visto. El
niño era otra buena razón para mantener alejados a los
Potter: no querían que
Dudley se juntara
con un niño como aquél.
- Ni nuestro Harry
se juntará con un niño como Dudley – respondió la pelirroja
enfadada, y James la miró divertido.
Nuestra historia
comienza cuando el señor y la señora Dursley se
despertaron un
martes, con un cielo cubierto de nubes grises que amenazaban
tormenta. Pero
nada había en aquel nublado cielo que sugiriera los
acontecimientos
extraños y misteriosos que poco después tendrían lugar en
toda la región.
- ¿Qué clase de
acontecimientos? ¿Ocurrió algo malo? - y miró a su hijo.
- Mamá tranquila,
ya lo verás, no te preocupes – y le sonrió, sonrisa que fue
devuelta, aunque algo forzada.
El señor Dursley
canturreaba mientras se ponía su corbata más
sosa para ir al
trabajo, (risas de los
merodeadores) y la señora Dursley parloteaba alegremente
mientras
instalaba al ruidoso Dudley en la silla alta.
Ninguno vio
la gran lechuza parda que pasaba volando por la ventana.
- ¿Una lechuza? Qué
extraño – habló por primera vez Lunático.
- ¿Qué es lo
extraño Lunático? - le preguntó Canuto.
- No es normal que
las lechuzas vuelen tan bajo y a esa hora del día – razonó el
primero, dejando a más de uno preocupado, aunque por distintas
razones.
A las ocho y
media, el señor Dursley cogió su maletín, besó a la señora
Dursley en la
mejilla y trató de despedirse de Dudley con un beso, aunque no
pudo, ya que el
niño tenía un berrinche y estaba arrojando los cereales contra
las paredes.
- Dios, vaya niño,
ni Fred y George hacían eso – les miró su madre con alegría y un
poco de... ¿enfado?
- Bueno no podíamos
ser perfectos – comenzó George.
- Bastante teníamos
con destrozar las sillas y los platos como para también tirar la
comida, ese es un bien muy preciado – acabó Fred ofendido, como si
su madre hubiese dicho una barbaridad, a lo que todos rieron.
«Tunante», dijo
entre dientes el señor Dursley mientras salía de la
casa. Se metió
en su coche y se alejó del número 4.
Al llegar a la
esquina percibió el primer indicio de que sucedía algo raro: un
gato estaba mirando un plano de la ciudad.
- Apuesto lo que
querais a que es Minnie – dijo Canuto.
- No lo creo Sirius
– le contradijo Dromeda - ¿qué iba a hacer la profesora en un
barrio muggle?
- Apostemos.
- No estoy para tus
tonterías – y antes de que su primo pudiese protestar le pidió al
profesor que continuase.
Durante un
segundo, el señor
Dursley no se dio cuenta de lo que había visto,
pero luego volvió la cabeza
para mirar otra vez. Sí había un gato
atigrado en la esquina de Privet Drive,
(“es
ella, seguro” pensó Canuto) pero no vio ningún plano.
¿En qué había estado pensando? Debía de haber
sido una ilusión
óptica. El señor Dursley parpadeó y contempló al gato. Éste le
devolvió la mirada.
- Ahora si que no lo
puede negar – le rebatió Canuto.
- No creo que fuese
yo señor Black – le respondió McGonnagall.
Mientras el señor
Dursley daba la vuelta a la esquina y
subía por la calle, observó
al gato por el espejo retrovisor: en aquel momento el
felino estaba
leyendo el rótulo que decía «Privet Drive» (no podía ser, los
gatos
no saben leer los
rótulos ni los planos).
- Por eso es Minnie
– volvió al ataque el ojigris menor.
- Canuto déjalo ya,
todos sabemos que es ella aunque lo niegue – lo calló Cornamenta,
recibiendo una mirada severa de la profesora.
El señor Dursley
meneó la cabeza y
alejó al gato de sus pensamientos. Mientras iba
a la ciudad en coche no pensó
más que en los pedidos de taladros
que esperaba conseguir aquel día.
- ¡Vaya hombre! ¿No
se deprimirá de su aburrida vida? - saltó Tonks riendo, causando
risas de los demás presentes.
Pero en las
afueras ocurrió algo que apartó los taladros de su mente.
Mientras
esperaba en el habitual embotellamiento matutino, no pudo dejar de
advertir una gran cantidad de gente vestida de forma extraña.
Individuos con
capa.
- ¡Magos! ¿Qué
estaba ocurriendo? - preguntó Lily con miedo.
- Nunca habían sido
tan irresponsables – la secundó Lunático preocupado.
El señor Dursley
no soportaba a la gente que llevaba ropa ridícula. ¡Ah,
los
conjuntos que llevaban los jóvenes! Supuso que debía de ser una
moda nueva. Tamborileó con los dedos sobre el volante y su mirada se
posó en unos
extraños que estaban cerca de él. Cuchicheaban entre
sí, muy excitados. El
señor Dursley se enfureció al darse cuenta
de que dos de los desconocidos no
eran jóvenes. Vamos, uno era
incluso mayor que él, ¡y vestía una capa verde
esmeralda!
- Seguro que era un
Slytherin – repuso Cornamenta, y fue apoyado por casi toda la sala,
menos, claramente, los profesores y las serpientes.
¡Qué valor!
Pero entonces se le ocurrió que debía de ser alguna
tontería
publicitaria; era evidente que aquella gente hacía una colecta para
algo. (“imbecil” pensaron
algunos) Sí, tenía que ser eso. El tráfico avanzó y,
unos minutos más tarde, el
señor Dursley llegó al aparcamiento de
Grunnings, pensando nuevamente en
los taladros.
El señor Dursley
siempre se sentaba de espaldas a la ventana, en su
oficina del
noveno piso. Si no lo hubiera hecho así, aquella mañana le habría
costado concentrarse en los taladros.
- ¿Por qué? -
interrumpió Canuto.
- Si te callas y
dejas que el profesor siga leyendo lo sabremos – le reprochó Lily
y sorprendentemente el aludido calló.
No vio las
lechuzas que volaban en pleno
día,
- Esto cada vez es
más raro – habló Lunático – algo gordo ha tenido que pasar.
- Tienes razón, y
eso es lo que más me preocupa – señaló la pelirroja.
aunque en la
calle sí que las veían y las señalaban con la boca abierta,
mientras las aves desfilaban una tras otra. La mayoría de aquellas
personas no
había visto una lechuza ni siquiera de noche. Sin
embargo, el señor Dursley
tuvo una mañana perfectamente normal,
sin lechuzas. Gritó a cinco personas.
Hizo llamadas telefónicas
importantes y volvió a gritar.
- ¿Eso es tener una
mañana normal? - comentó Canuto y todos rieron.
Estuvo de muy
buen
humor hasta la hora de la comida, cuando decidió estirar las
piernas y dirigirse
a la panadería que estaba en la acera de
enfrente.
- La morsa necesita
comer – volvió a hablar Canuto y algunos lo miraron con reproche
para que se callase y dejase de interrumpir.
Había olvidado a
a gente con capa hasta que pasó cerca de un grupo que
estaba al
lado de la panadería. Al pasar los miró enfadado. No sabía por
qué,
pero le ponían nervioso. Aquel grupo también susurraba con
agitación y no
llevaba ni una hucha. Cuando regresaba con un donut
gigante en una bolsa de
papel, alcanzó a oír unas pocas palabras
de su conversación.
—Los Potter,
eso es, eso es lo que he oído...
—Sí, su hijo,
Harry...
- ¿Qué le pasó a
Harry? - preguntó Lily con miedo - ¿Qué le ocurrió a nuestro
pequeño?
- Mamá tranquila
estoy aquí, no me ha pasado nada malo.
Aunque con eso no
pudo tranquilizarla mucho.
El señor Dursley
se quedó petrificado. El temor lo invadió. Se volvió hacia
los
que murmuraban, como si quisiera decirles algo, pero se contuvo.
Se
apresuró a cruzar la calle y echó a correr hasta su oficina. Dijo a
gritos
a su secretaria que no quería que le molestaran, cogió el
teléfono y, cuando
casi había terminado de marcar los números de
su casa, cambió de idea. Dejó
el aparato y se atusó los bigotes
mientras pensaba... No, se estaba
comportando como un estúpido.
Potter no era un apellido tan especial.
- Solo hay una
familia Potter, claro que somos especiales – expresó su
desconcierto Cornamenta.
Estaba
seguro de
que había muchísimas personas que se llamaban Potter y que
tenían un hijo
llamado Harry. Y pensándolo mejor, ni siquiera estaba seguro de
que su sobrino se
llamara Harry. Nunca había visto al niño. Podría llamarse
Harvey. O Harold.
- ¡Jamás le
pondría a mi niño esos nombres tan feos! - Lily estaba cabreada, y
los del futuro los miraban con pena. Pronto sabrían de su muerte y
no sabían como iban a reaccionar.
No tenía sentido
preocupar a la señora Dursley, siempre se
trastornaba mucho ante
cualquier mención de su hermana. Y no podía
reprochárselo. ¡Si
él hubiera tenido una hermana así...!
- Mejor que la suya
seguro que es – y todos rieron ante el comentario de Canuto.
Pero de todos
modos,
aquella gente de la capa...
Aquella tarde le
costó concentrarse en los taladros, y cuando dejó el
edificio, a
las cinco en punto, estaba todavía tan preocupado que, sin darse
cuenta, chocó con un hombre que estaba en la puerta.
—Perdón
—gruñó,
- ¡Esto es
increíble! - se sorprendió Harry, a lo que Ron y Hermione rieron.
- ¿Qué es lo
increíble cariño? - le preguntó su madre.
- ¡Ha pedido
perdón! - volvió a hablar el azabache – seguro que hay una cámara
oculta.
Y todos volvieron a
reír por su comentario.
mientras el
diminuto viejo se tambaleaba y casi caía al
suelo. Segundos
después, el señor Dursley se dio cuenta de que el hombre
llevaba
una capa violeta. No parecía disgustado por el empujón. Al
contrario, su
rostro se iluminó con una amplia sonrisa, mientras
decía con una voz tan
chillona que llamaba la atención de los que
pasaban:
—¡No se
disculpe, mi querido señor, porque hoy nada puede molestarme!
¡Hay
que alegrarse, porque Quien-usted-sabe finalmente se ha ido! ¡Hasta
los
muggles como usted deberían celebrar este feliz día!
- ¡Imposible! ¿De
verdad se ha ido? - todos los del pasado estaban muy sorprendidos.
Y el anciano
abrazó al señor Dursley y se alejó.
El señor Dursley se quedó
completamente helado. Lo había abrazado un
desconocido. Y por si
fuera poco le había llamado muggle, no importaba lo que
eso fuera.
Estaba desconcertado. Se apresuró a subir a su coche y a dirigirse
hacia su casa, deseando que todo fueran imaginaciones suyas (algo que
nunca
había deseado antes, porque no aprobaba la imaginación).
- ¡Odio a tu cuñado
Cornamenta!
- Yo también
Canuto, yo también.
Cuando entró en
el camino del número 4, lo primero que vio (y eso no
mejoró su
humor) fue el gato atigrado que se había encontrado por la mañana.
En aquel momento estaba sentado en la pared de su jardín. Estaba
seguro de
que era el mismo, pues tenía unas líneas idénticas
alrededor de los ojos.
—¡Fuera! —dijo
el señor Dursley en voz alta.
El gato no se
movió. Sólo le dirigió una mirada severa. (todos
rieron) El señor Dursley se
preguntó si aquélla era una
conducta normal en un gato.
- En Minnie sí –
volvió Canuto al ataque.
- Totalmente de
acuerdo yo pasado – y ambos se ganaron una mirada de reproche de la
subdirectora, aunque lo pasaron por alto.
Trató de
calmarse y
entró en la casa. Todavía seguía decidido a no decirle
nada a su esposa.
La señora Dursley había tenido un día bueno y
normal. Mientras comían, le
informó de los problemas de la señora
Puerta Contigua con su hija, (“chismosa”
fue el pensamiento de la mayoría) y le contó
que Dudley
había aprendido una nueva frase («¡no lo haré!»). El señor
Dursley
trató de comportarse con normalidad. Una vez que acostaron
a Dudley, fue al
salón a tiempo para ver el informativo de la
noche.
—Y por último,
observadores de pájaros de todas partes han informado de
que hoy
las lechuzas de la nación han tenido una conducta poco habitual.
Pese
a que las lechuzas habitualmente cazan durante la noche y es
muy difícil verlas
a la luz del día, se han producido cientos de
avisos sobre el vuelo de estas
aves en todas direcciones, desde la
salida del sol. Los expertos son incapaces
de explicar la causa por
la que las lechuzas han cambiado sus horarios de
sueño. —El
locutor se permitió una mueca irónica—. Muy misterioso.
- ¡Hasta los
muggles se han dado cuenta de que algo pasa! - la pelirroja estaba
cada vez más nerviosa, porque quería saber que pasaba con su Harry.
Y ahora,
de
nuevo con Jim McGuffin y el pronóstico del tiempo. ¿Habrá más
lluvias de
lechuzas esta noche, Jim?
—Bueno, Ted
—dijo el meteorólogo—, eso no lo sé, pero no sólo las
lechuzas han tenido hoy una actitud extraña. Telespectadores de
lugares tan
apartados como Kent, Yorkshire y Dundee han telefoneado
para decirme que
en lugar de la lluvia que prometí ayer ¡tuvieron
un chaparrón de estrellas
fugaces! Tal vez la gente ha comenzado a
celebrar antes de tiempo la Noche
de las Hogueras. ¡Es la semana
que viene, señores! Pero puedo prometerles
una noche lluviosa.
El señor Dursley
se quedó congelado en su sillón. ¿Estrellas fugaces por
toda Gran
Bretaña? ¿Lechuzas volando a la luz del día? Y aquel rumor, aquel
cuchicheo sobre
los Potter...
- Lo bueno de esto
es que sabemos que no es tan tonto como creíamos – les dijo Ron a
sus amigos, los cuales rieron, mientras los demás los veían
dudosos.
La señora
Dursley entró en el comedor con dos tazas de té. Aquello no iba
bien. Tenía que decirle algo a su esposa. Se aclaró la garganta
con
nerviosismo.
—Eh... Petunia,
querida, ¿has sabido últimamente algo sobre tu hermana?
Como había
esperado, la señora Dursley pareció molesta y enfadada.
Después
de todo, normalmente ellos fingían que ella no tenía hermana.
Eso le dolió mucho
a Lily y sus ojos comenzaron a cristalizarse. James, al verla así la
abrazó y la reconfortó para que supiera que no estaba sola y que
tenía gente en la que confiar, gente que estaría ahí para ella
siempre, sin importar lo que pasase.
—No —respondió
en tono cortante—. ¿Por qué?
—Hay cosas muy
extrañas en las noticias —masculló el señor Dursley—.
Lechuzas...
estrellas fugaces... y hoy había en la ciudad una cantidad de gente
con aspecto
raro...
- ¡Raro serás tú!
- exclamaron todas las serpientes con asco.
—¿Y qué?
—interrumpió bruscamente la señora Dursley
—Bueno,
pensé... quizá... que podría tener algo que ver con... ya
sabes...
su grupo.
- ¿Nuestro grupo? -
preguntó Lily secándose las lágrimas.
- Se refiere a los
magos y las brujas – le explicó su hijo con una sonrisa un poco
forzada, ya que sabía que si ese libro contaba su vida pronto
llegarían a la parte en la que se enterarían de su muerte, y eso le
dolía mucho.
La señora
Dursley bebió su té con los labios fruncidos. El señor Dursley se
preguntó si se atrevería a decirle que había oído el apellido
«Potter». No, no se
atrevería. En lugar de eso, dijo, tratando de
parecer despreocupado:
—El hijo de
ellos... debe de tener la edad de Dudley, ¿no?
—Eso creo
—respondió la señora Dursley con rigidez.
—¿Y cómo se
llamaba? Howard, ¿no?
—Harry. Un
nombre vulgar y horrible, si quieres mi opinión.
- ¡Dudley si que es
un nombre vulgar! - Canuto estaba cabreado, y todos estuvieron de
acuerdo con él. Cada vez le caían peor esos Durleys y querían
saber qué tenían que ver con la historia de Harry.
—Oh, sí—dijo
el señor Dursley, con una espantosa sensación de
abatimiento—.
Sí, estoy de acuerdo.
No dijo nada más
sobre el tema, y subieron a acostarse. Mientras la señora Dursley
estaba en el cuarto de baño, el señor Dursley se acercó
lentamente
hasta la ventana del dormitorio y escudriñó el jardín
delantero. El gato todavía
estaba allí.
Miraba con atención hacia Privet Drive, como si estuviera
esperando algo.
¿Se estaba imaginando cosas? ¿O podría todo aquello tener algo que
ver
con los Potter? Si fuera así... si se descubría que ellos eran
parientes de
unos... bueno,
creía que no podría soportarlo.
- Imbécil –
mascullaron algunos.
Los Dursley se
fueron a la cama. La señora Dursley se quedó dormida rápidamente,
pero el señor Dursley permaneció despierto, con todo aquello
dando
vueltas por su mente. Su último y consolador pensamiento antes de
quedarse dormido fue que, aunque los Potter estuvieran implicados en
los
sucesos, no había razón para que se acercaran a él y a la
señora Dursley. Los
Potter sabían muy bien lo que él y Petunia
pensaban de ellos y de los de su
clase... No veía cómo a él y a
Petunia podrían mezclarlos en algo que tuviera
que ver (bostezó y
se dio la vuelta)... No, no podría afectarlos a ellos...
¡Qué
equivocado estaba!
- ¿Equivocado? ¡Por
Merlín, que alguien me diga qué está pasando! - exclamó Lily cada
vez más alterada.
- Tranquila cariño,
seguro que no es nada malo – aunque ni el mismo Cornamenta se creía
sus propias palabras.
El señor Dursley
cayó en un sueño intranquilo, pero el gato que estaba
sentado en
la pared del jardín no mostraba señales de adormecerse. Estaba
tan
inmóvil como una estatua, con los ojos fijos, sin pestañear, en la
esquina de
Privet Drive. Apenas tembló cuando se cerró la
puertezuela de un coche en la
calle de al lado, ni cuando dos
lechuzas volaron sobre su cabeza. La verdad es
que el gato no se
movió hasta la medianoche.
Un hombre apareció en la esquina que el
gato había estado observando, y
lo hizo tan súbita y
silenciosamente que se podría pensar que había surgido de
la
tierra. La cola del gato se agitó y sus ojos se entornaron.
- ¿A quién
esperaba Minnie?
- Siga leyendo y lo
averiguará, señor Black – le respondió esta.
- Entonces reconoce
que era usted – y ella se tapó la boca al darse cuenta de su
error, pero no le dio importancia.
En Privet Drive
nunca se había visto un hombre así. Era alto, delgado y
muy
anciano, a juzgar por su pelo y barba plateados, tan largos que
podría
sujetarlos con el cinturón. Llevaba una túnica larga, una
capa color púrpura que
barría el suelo y botas con tacón alto y
hebillas. Sus ojos azules eran claros,
brillantes y centelleaban
detrás de unas gafas de cristales de media luna. Tenía
una nariz
muy larga y torcida, como si se la hubiera fracturado alguna vez. El
nombre de aquel hombre era Albus Dumbledore.
(Ese
mismo nombre fue pronunciado por toda la sala a la misma vez que el
profesor lo leía, y todos rieron por la coincidencia)
Albus Dumbledore
no parecía darse cuenta de que había llegado a una
calle en donde
todo lo suyo, desde su nombre hasta sus botas, era mal
recibido.
Estaba muy ocupado revolviendo en su capa, buscando algo, pero
pareció darse cuenta de que lo observaban porque, de pronto, miró
al gato, que
todavía lo contemplaba con fijeza desde la otra punta
de la calle. Por alguna
razón, ver al gato pareció divertirlo. Rió
entre dientes y murmuró:
—Debería
haberlo sabido.
Encontró en su
bolsillo interior lo que estaba buscando. Parecía un
encendedor de
plata. Lo abrió, lo sostuvo alto en el aire y lo encendió. La luz
más cercana de la calle se apagó con un leve estallido. Lo encendió
otra vez y
la siguiente lámpara quedó a oscuras. Doce veces hizo
funcionar el Apagador,
-
¡Yo quiero uno! - dijeron a la vez Canuto, Cornamenta, Tonks, Sirius
y los gemelos, que se ganaron una mirada de reproche de su madre.
- Son invención
propias, pero puedo hacer una excepción – habló el director.
- Nosotros tenemos
ese encendedor en casa – todos miraron sorprendidos al pelirrojo
que había hablado, era el hijo de Ron.
- ¿Nosotros? ¿Estás
seguro? - le preguntó su padre dudoso.
- ¡Claro! Tú nos
dijiste que el mismo Dumbledore te lo había dado antes de empezar el
séptimo año, y que ese curso te fue muy útil, aunque no diré el
porqué, así que no preguntéis.
hasta que las
únicas luces que quedaron en toda la calle fueron dos alfileres
lejanos: los ojos del gato que lo observaba. Si alguien hubiera
mirado por la ventana en aquel momento, aunque fuera la señora
Dursley con sus ojos como cuentas, pequeños y brillantes, no habría
podido ver lo que sucedía en la calle.
Dumbledore volvió
a guardar el Apagador dentro de su capa y fue hacia el
número 4 de
la calle, donde se sentó en la pared, cerca del gato. No lo miró,
pero después de un momento le dirigió la palabra.
—Me alegro de
verla aquí, profesora McGonagall.
- ¡LO SABÍA! -
gritó Canuto feliz.
- Sí, sí, vale,
pero no grites – le reprochó Lunático.
Se volvió para
sonreír al gato, pero éste ya no estaba. En su lugar, le
dirigía
la sonrisa a una mujer de aspecto severo que llevaba gafas de
montura
cuadrada, que recordaban las líneas que había alrededor de
los ojos del gato.
La mujer también llevaba una capa, de color
esmeralda. Su cabello negro
estaba recogido en un moño. Parecía
claramente disgustada.
—¿Cómo ha
sabido que era yo? —preguntó.
—Mi querida
profesora, nunca he visto a un gato tan tieso.
(y
toda la sala, sin excepción alguna, se largó a reír por un buen
rato)
—Usted también
estaría tieso si llevara todo el día sentado sobre una
pared de
ladrillo —respondió la profesora McGonagall.
—¿Todo el día?
¿Cuando podría haber estado de fiesta? Debo de haber
pasado por
una docena de celebraciones y fiestas en mi camino hasta aquí.
- Usted celebrando y
la pobre de Minnie allí sentada esperándolo.
- Señor Black, le
he dicho millones de veces que no me diga Minnie.
- Encima que la
defiendo profesora – se hizo la víctima el aludido, pero no
concenció a nadie.
La profesora
McGonagall resopló enfadada.
—Oh, sí, todos
estaban de fiesta, de acuerdo —dijo con impaciencia—. Yo
creía
que serían un poquito más prudentes, pero no... ¡Hasta los muggles
se
han dado cuenta de que algo sucede! Salió en las noticias.
—Terció la cabeza
en dirección a la ventana del oscuro salón de
los Dursley—. Lo he oído.
Bandadas de lechuzas, estrellas
fugaces... Bueno, no son totalmente
estúpidos. Tenían que darse
cuenta de algo. Estrellas fugaces cayendo en
Kent... Seguro que fue
Dedalus Diggle. Nunca tuvo mucho sentido común.
- Siempre me cayó
bien el señor Diggle, era amigo de mi padre – dijo Cornamenta con
un deje de tristeza en la voz, cosa que no pasó desapercibida por
cierta pelirroja, que lo tomó de la mano para mostrarle su apoyo, ya
que los padres del azabache habían muerto de viruela de dragón el
verano anterior y el pobre James se quedó destrozado.
—No puede
reprochárselo —dijo Dumbledore con tono afable—. Hemos
tenido
tan poco que celebrar durante once años...
—Ya lo sé
—respondió irritada la profesora McGonagall—. Pero ésa no es
una razón para perder la cabeza. La gente se ha vuelto
completamente
descuidada, sale a las calles a plena luz del día, ni
siquiera se p
one la ropa de
los muggles, intercambia rumores...
- ¿Entonces los
rumores son ciertos? ¿Le ha pasado algo a nuestro hijo?
- Tranquila cariño,
Harry está aquí, por lo que no ha podido pasarle nada malo –
aunque él estaba muy preocupado por lo que podría haberle pasado a
su querida Lils.
Lanzó una mirada
cortante y de soslayo hacia Dumbledore, como si
esperara que éste
le contestara algo. Pero como no lo hizo, continuó hablando.
—Sería
extraordinario que el mismo día en que Quien-usted-sabe parece
haber
desaparecido al fin, los muggles lo descubran todo sobre nosotros.
Porque realmente
se ha ido, ¿no, Dumbledore?
—Es lo que
parece —dijo Dumbledore—. Tenemos mucho que agradecer.
¿Le gustaría
tomar un caramelo de limón?
- ¿Un qué? -
preguntaron muchos.
Y el profesor se
limitó a reír, acompañado de McGonagall, que todavía recordaba
aquella conversación.
—¿Un qué?
—Un caramelo de
limón. Es una clase de dulces de los muggles que me
gusta mucho.
- Ahh – fue ahora
el sonido general.
—No, muchas
gracias —respondió con frialdad la profesora McGonagall,
como si
considerara que aquél no era un momento apropiado para
caramelos—.
Como le decía, aunque Quien-usted-sabe se haya ido...
—Mi querida
profesora, estoy seguro de que una persona sensata como
usted puede
llamarlo por su nombre, ¿verdad? Toda esa tontería de
Quien-
usted-sabe... Durante once años intenté persuadir a la gente
para que lo
llamara por su verdadero nombre, Voldemort. —La
profesora McGonagall se
echó hacia atrás con temor, (al
igual que muchos de la sala) pero Dumbledore, ocupado en
desenvolver dos
caramelos de limón, pareció no darse cuenta—.
Todo se volverá muy confuso
si seguimos
diciendo «Quien-usted-sabe». Nunca he encontrado ningún motivo
para temer
pronunciar el nombre de Voldemort.
—Sé que usted
no tiene ese problema —observó la profesora McGonagall,
entre la
exasperación y la admiración—. Pero usted es diferente. Todos
saben
que usted es el único al que Quien-usted... Oh, bueno,
Voldemort, tenía miedo.
- Lo hizo, bien
hecho Minnie, estoy orgulloso de usted – y el pobre pelinegro se
ganó una mirada de reproche de su profesora.
—Me está
halagando —dijo con calma Dumbledore—. Voldemort tenía
poderes
que yo nunca tuve.
—Sólo porque
usted es demasiado... bueno... noble... para utilizarlos.
Casi
toda la sala concordó con la profesora.
—Menos mal que
está oscuro. No me he ruborizado tanto desde que la
señora Pomfrey
me dijo que le gustaban mis nuevas orejeras.
-
Unas orejeras muy bonitas por cierto, profesor – dijo riendo Canuto
y pronto se le unieron los demás merodeadores y Dorcas (olvidé que
la había traído).
La profesora
McGonagall le lanzó una mirada dura, antes de hablar.
—Las lechuzas
no son nada comparadas con los rumores que corren por
ahí. ¿Sabe
lo que todos dicen sobre la forma en que desapareció? ¿Sobre lo
que finalmente lo detuvo?
- Yo creo que mejor
no quiero ni saberlo – dijo Lily con miedo en la voz.
- Tranquila
pelirroja, seguro que no habrá pasado nada malo – la apoyó
Canuto.
Los que sabían la
historia se limitaron a agachar la cabeza, pronto se descubriría
todo.
Parecía que la
profesora McGonagall había llegado al punto que más
deseosa estaba
por discutir, la verdadera razón por la que había esperado todo
el
día en una fría pared pues, ni como gato ni como mujer, había
mirado nunca
a Dumbledore con tal intensidad como lo hacía en aquel
momento. Era
evidente que, fuera lo que fuera «aquello que todos
decían», no lo iba a creer
hasta que Dumbledore le dijera que era
verdad.
- No era algo muy
bonito la verdad – aseguró Andrómeda, mirando con reproche a su
sobrino.
- ¡OYE! ¡Qué yo
soy inocente! - contraatacó Sirius y los del pasado lo miraron
asombrados y con un poco de duda sobre lo que habría hecho – por
cierto, chicos – dijo esta vez refiriéndose a los del futuro que
lo miraron - ¿no sería posible saltarnos el tercer libro?
- ¡Si tú te saltas
el tercero yo tampoco quiero leer el segundo! - repuso Ginny.
- Y ya de paso
también podríamos saltarnos el cuarto – dijeron Ron y Harry a la
vez, aunque cada uno por diferentes razones. El primero no quería
recordar cuando se enfadó con su mejor amigo por aquella tontería y
el segundo todavía no había superado del todo la muerte de Cedric y
no quería volver a escucharla.
- ¿Qué pasa en
esos libros? - preguntó Lily mirándolos con temor.
- De eso nada –
repuso el peliazul – aquí se leen todos los libros, además yo
tengo ganas de leer el tercero – y le dio una mirada fugaz a su
padre, que le sonrió de vuelta.
Dumbledore, sin
embargo,
estaba eligiendo otro caramelo y no le respondió.
- Lo suyo ya es
obsesión profesor.
—Lo que están
diciendo —insistió— es que la pasada noche Voldemort
apareció
en el valle de Godric.
En ese momento
Sirius se levantó bajo la mirada de toda la sala y se sentó al lado
de Harry, sabía que el chico no iba a poder con eso y, aunque él
estuviese igual, tenía que desempeñar su papel de padrino y
consolarlo.
Iba a buscar a
los Potter. El rumor es que Lily y
James Potter están... están...
bueno, que están muertos.
- ¿¡QUÉÉ!? ¡NOO!
No puede ser... - Canuto dio un puñetazo en la pared y comenzó a
llorar.
Lunático lloraba
silenciosamente e intentaba consolar a Marlene, ya que Lily era como
la hermana que nunca tuvo y estaba deshecha por dentro. Por otra
parte, Lily y James estaban abrazados, los dos hechos un mar de
lágrimas. Él no quería perderla, no quería hacerle daño a su
pelirroja, y ahora, por casarse con él, estaba muerta. Y la pobre de
Lily, lo único que pensaba era que el hombre del que siempre había
estado enamorada había muerto, y luego estaba lo de Harry, lo habían
dejado solo y tendría poco más de un año. Éste, por su parte,
lloraba mientras Sirius lo abrazaba, no le gustaba recordar aquella
noche, y al ver los libros había sabido que tendría que revivirla.
Tonks se aferraba fuertemente a Remus por los recuerdos de lo que
pasó aquella noche, a parte del susto que se dieron al enterarse de
que Sirius estaba en Azkaban. Los demás lloraban silenciosamente y
miraban con pena a la joven pareja que estaba hecha un mar de
lágrimas.
- ¿P-por q-qué
ellos? - Canuto intentaba contener las lágrimas mientras miraba al
director en busca de alguna respuesta.
- Eso supongo que
saldrá en algún libro – le respondió Dumbledore sereno –
supongo que en algún momento se lo contaré a Harry.
- ¿Y si no lo hace?
¿No nos enteraremos de lo que pasó? - volvió a contraatacar el
pelinegro.
- Harry al final se
entera por Dumbledore, por lo que saldrá en los libros –
interrumpió Teddy – al final de su quinto año, por lo menos eso
es lo que me contó hace unos años.
- ¿Yo te lo conté?
- Harry estaba bastante sorprendido.
- Claro, eres mi
padrino, ¿o se te había olvidado? - dijo con una sonrisa el
metamorfomago.
- Cierto, todavía
no me acostumbro a esto – le respondió un poco arrepentido.
- No pasa nada, pero
recuerda que yo naceré en dos años.
- ¿Tan pronto? -
preguntó Sirius con sorpresa – pero si ahora tus padres apenas se
hablan.
- Pues ya ves como
van a cambiar las cosas – y los del futuro se rieron.
- Bueno, profesor,
¿cómo morimos? ¿Y a Harry le pasó algo? - preguntó la pelirroja
preocupada.
- No te preocupes,
eso saldrá en este capítulo, y Harry está sano y salvo sentado
aquí con nosotros, por lo que no le ocurrió nada – finalizó el
director – ahora, continuaré con el capítulo.
Dumbledore
inclinó
la
cabeza.
La
profesora
McGonagall
se
quedó
boquiabierta.
—Lily y
James... no puedo creerlo... No quiero creerlo... Oh, Albus...
Dumbledore se
acercó y le dio una palmada en la espalda.
—Lo sé... lo
sé... —dijo con tristeza.
La voz de la
profesora McGonagall temblaba cuando continuó.
—Eso no es
todo. Dicen que quiso matar al hijo de los Potter, a Harry. (Los
del pasado se tensaron) Pero
no pudo. (Lily
suspiró aliviada) No pudo matar a ese niño. Nadie sabe
por qué, ni cómo, pero dicen
que como no pudo matarlo, el poder de
Voldemort se rompió... y que ésa es la
razón por la que se ha
ido.
Dumbledore
asintió con la cabeza, apesadumbrado.
—¿Es... es
verdad? —tartamudeó la profesora McGonagall—. Después de
todo
lo que hizo... de toda la gente que mató... ¿no pudo matar a un
niño? Es asombroso... entre todas las cosas que podrían
detenerlo... Pero ¿cómo
sobrevivió Harry en nombre del cielo?
—Sólo podemos
hacer conjeturas —dijo Dumbledore—. Tal vez nunca lo
sepamos.
- ¿No lo sabe ? -
si Dumbledore no lo sabía, entonces pudo dar el caso por perdido.
- Ahora si tengo una
idea de lo que pudo pasar, pero eso supongo que saldrá en los
libros. Tendré que contarle todo esto a Harry en su momento.
La profesora
McGonagall sacó un pañuelo con
puntilla y se lo pasó por los
ojos, por detrás de las gafas.
- Profesora, no
llore por nosotros, por favor.
- Eso Minnie,
estaremos bien, donde sea que estemos.
Dumbledore
resopló mientras sacaba un reloj de
oro del bolsillo y lo
examinaba. Era un reloj muy raro. Tenía doce manecillas y
ningún
número; pequeños planetas se movían por el perímetro del círculo.
Pero
para Dumbledore debía de tener sentido, porque lo guardó y
dijo:
—Hagrid se
retrasa. Imagino que fue él quien le dijo que yo estaría aquí,
¿no?
—Sí —dijo la
profesora McGonagall—. Y yo me imagino que usted no me
va a decir
por qué, entre tantos lugares, tenía que venir precisamente aquí.
—He venido a
e
ntregar a Harry a su tía y su tío. Son la única familia que le
queda ahora.
- ¿QUÉÉ? Tiene
que ser una broma, ¿verdad profesor? - le reprochó James.
- Era el único
lugar seguro para él, joven Potter – le respondió Dumbledore –
pero no se preocupe, pasaba solo las vacaciones allí, recuerde que
estudiaba en Hogwarts.
- Pero esa gente...
- Lo sé, señor
Black, pero era necesario que permaneciera allí.
—¿Quiere
decir...? ¡No puede referirse a la gente que vive aquí! —gritó
la
profesora,
poniéndose de pie de un salto y señalando al número 4—.
Dumbledore... no puede. Los he estado observando todo el día. No
podría
encontrar a gente más distinta de nosotros. Y ese hijo que
tienen... Lo vi dando patadas a su madre mientras subían por la
escalera, pidiendo caramelos a
gritos. ¡Harry Potter no puede vivir
ahí!
- Gracias por
intentarlo Minnie – le dijeron Canuto y Cornamenta a coro.
- No tienen que
darlas chicos, siempre fueron mis alumnos favoritos.
—Es el mejor
lugar para él —dijo Dumbledore con firmeza—. Sus tíos
podrán
explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.
- ¡Sí, claro! Y
ellos me contarían la verdad, odiando a mis padres como los odiaban
– rió Harry amargamente.
- ¿No te lo
contaron? - le preguntó su madre.
- Que va, me enteré
cuando Hagrid fue a llevarme la carta.
—¿Una carta?
—repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—.
Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta?
¡Esa
gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una
leyenda... no me
sorprendería que el día de hoy fuera conocido en
el futuro como el día de Harry Potter! (Este
alzó una ceja mirando a su profesora, mientras muchos reían)
Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo
conocerán su
nombre.
—Exactamente
—dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de
sus gafas—.
Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de
saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No
se da
cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo,
hasta que esté
preparado para asimilarlo?
La profesora
McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:
—Sí... sí,
tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta
aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como
si pensara
que podía tener escondido a Harry.
- Qué ocurrencias
tiene, querida Minnie – empezó Canuto con tono burlón.
- Por lo menos yo
estaba allí, no como tú, joven Black – ella, era una de las pocas
que todavía no confiaba del todo en Black después de todo.
- Sabe lo que pasó,
profesora, yo fui a por Harry, pero Hagrid no me dejó acercarme,
dijo que no me lo podía dar...
- ¿Fuiste a por mí?
- los ojos del joven brillaron de solo pensar en los cambios en su
vida si hubiese vivido con su padrino.
- Por supuesto,
nunca lo dudé cachorro – y Harry lo abrazó sollozando.
- Si Hagrid hubiera
accedido... ¿crees que todo lo que pasó, lo pudiéramos haber
evitado?
- Seguramente
cachorro, seguramente – dijo acariciando su pelo, también con
lágrimas en los ojos.
- ¿Qué me ocurrirá
en el futuro?
- Tercer libro –
se limitaron a responder, para luego volver a la lectura, dejando a
más de uno confuso.
—Hagrid lo
traerá.
—¿Le parece...
sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?
- A Hagrid, le
confiaría mi vida – dijo Harry, y algunos lo miraron asombrados.
- Muchas gracias
Harry – le contestó el gigante sonándose la nariz.
- No tienes que
darlas.
—A Hagrid, le
confiaría mi vida—dijo Dumbledore.
- Piensas igual que
el profesor – dijo Ron riendo.
—No estoy
diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a
regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no
es
descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?
Un ruido sordo
rompió el silencio que los rodeaba.
- ¿No será algo
malo? - preguntó preocupada la pelirroja.
- Tranquila, no creo
que haya pasado nada – la tranquilizó Dumbledore, y continuó
leyendo.
Se fue haciendo
más
fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle,
buscando alguna luz.
Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos
miraban hacia el cielo, y
entonces una pesada moto cayó del aire y
aterrizó en el camino, frente a ellos.
- ¡Mi moto! -
exclamó un Sirius muy emocionado.
- ¿Voy a tener una
moto en el futuro?
- Por supuesto, y la
mejor.
La moto era
inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la
conducía
parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y
al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado
grande
para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello
negro, largo y
revuelto, y una barba que le cubría casi toda la
cara. Sus manos tenían el
mismo tamaño que las tapas del cubo de
la basura y sus pies, calzados con
botas de cuero, parecían crías
de delfín. En sus enormes brazos musculosos
sostenía un bulto
envuelto en mantas.
- ¡Hagrid! -
exclamaron todos felices de que fuese él.
—Hagrid —dijo
aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa
moto?
—Me la han
prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando
con
cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me
la dejó.
- Sabía que era mi
moto – dijo Sirius con orgullo.
- Nadie te lo había
negado – le respondieron Remus y Tonks a la vez, un poco molestos
por las continuas interrupciones.
- Vale, vale,
tranquilos, ya me callo.
James los miraba con
una sonrisa, por muchos años que pasaran, esos dos iban a seguir
igual, peleando por cualquier cosa. Se alegraba mucho por sus amigos,
pero no llegaba a entender el porqué de la ausencia de Peter, a fin
de cuentas, él también era su amigo.
Lo he traído,
señor.
—¿No ha habido
problemas por allí?
—No, señor. La
casa estaba casi destruida, pero lo saqué antes de que los muggles
comenzaran a aparecer. Se quedó dormido mientras volábamos sobre
Bristol.
- Aww, que mono –
se oyó de la mayoría de las mujeres presentes en la sala, y Harry
se sonrojó mientras los hombres rodaban los ojos y reían de la cara
del muchacho.
Dumbledore y la
profesora McGonagall se inclinaron sobre las mantas.
Entre ellas se
veía un niño pequeño, profundamente dormido. Bajo una mata
de
pelo negro azabache, sobre la frente, pudieron ver una cicatriz con
una
forma curiosa, como un relámpago.
Su madre ahogó un
grito, preocupada, pero la sonrisa de Dumbledore la tranquilizó un
poco.
—¿Fue allí...?
—susurró la profesora McGonagall.
—Sí —respondió
Dumbledore—. Tendrá esa cicatriz para siempre.
—¿No puede
hacer nada, Dumbledore?
—Aunque
pudiera, no lo haría. Las cicatrices pueden ser útiles. Yo tengo
una en la rodilla izquierda que es un diagrama perfecto del metro de
Londres.
- Demasiada
información – dijeron los merodeadores y los gemelos a la vez.
Bueno, déjalo
aquí, Hagrid, es mejor que terminemos con esto.
Dumbledore se
volvió hacia la casa de los Dursley
.
—¿Puedo...
puedo despedirme de él, señor? —preguntó Hagrid.
Inclinó la gran
cabeza desgreñada sobre Harry y le dio un beso,
raspándolo con la
barba. Entonces, súbitamente, Hagrid dejó escapar un
aullido, como
si fuera un perro herido.
- Muchas gracias
Hagrid – dijeron James y Lily a la vez.
- No tienen que
darlas, chicos, haría todo lo que estuviese en mi mano por cuidar de
su hijo.
—¡Shhh! —dijo
la profesora McGonagall—. ¡Vas a despertar a los
muggles!
—Lo... siento
—lloriqueó Hagrid, y se li
mpió la cara con un gran pañuelo—.
Pero no puedo soportarlo... Lily y James muertos... y el pobrecito
Harry tendrá
que vivir con muggles...
- ¿Pero por qué no
se queda conmigo? Yo podría cuidarlo, soy su padrino, ¿verdad?
- Lo siento señor
Black, pero no podía tener relación con el mundo mágico hasta que
estuviese preparado.
—Sí, sí, es
todo muy triste, pero domínate, Hagrid, o van a descubrirnos -
susurró la profesora McGonagall, dando una palmada en un brazo de
Hagrid, mientras Dumbledore pasaba sobre la verja del jardín e iba
hasta la puerta que había enfrente. Dejó suavemente a Harry en el
umbral, sacó la carta de su
capa, la escondió entre las mantas del
niño y luego volvió con los otros dos.
- ¿L-lo va a dejar
a-ahí, sin más? - Lily estaba muy sorprendida con su director, eso
si que no se lo esperaba.
- Es lo mejor,
señora Potter – a la pelirroja le sorprendió que la llamaran así,
pero asintió, aunque no muy convencida.
Durante un largo
minuto los tres contemplaron el pequeño bulto. Los hombros
de
Hagrid se estremecieron. La profesora McGonagall parpadeó
furiosamente.
La luz titilante que los ojos de Dumbledore irradiaban
habitualmente parecía
haberlos abandonado.
—Bueno —dijo
finalmente Dumbledore—, ya está. No tenemos nada que
hacer aquí.
Será mejor que nos vayamos y nos unamos a las celebraciones.
—Ajá
—respondió Hagrid con voz ronca—. Voy a devolver la moto a
Sirius.
- Todavía no me la
has devuelto – le reprochó éste al semigigante.
- Y, querido primo,
en tu condición, ¿PARA QUÉ MIERDA LA QUIERES? - Andrómeda estaba
furiosa - ¿NO PENSARÁS VOLAR SOBRE ESA MOTO POR TODA INGLATERRA,
VERDAD? ¿QUIERES QUE TE PILLEN?
- Tranquila,
Drómeda, no voy a usarla, era solo un mero comentario.
- De tí, me espero
cualquier cosa.
Buenas noches,
profesora McGonagall, profesor Dumbledore.
Hagrid se secó
las lágrimas con la manga de la chaqueta, se subió a la
moto y le
dio una patada a la palanca para poner el motor en marcha. Con un
estrépito se elevó en el aire y desapareció en la noche.
—Nos veremos
pronto, espero, profesora McGonagall —dijo Dumbledore, saludándola
con una inclinación de cabeza. La profesora McGonagall se sonó
la
nariz por toda respuesta.
Dumbledore se
volvió y se marchó calle abajo. Se detuvo en la esquina y
levantó
el Apagador de plata. Lo hizo funcionar una vez y todas las luces de
la
calle se encendieron, de manera que Privet Drive se iluminó con
un resplandor
anaranjado, y pudo ver a un gato atigrado que se
escabullía por una esquina,
en el otro extremo de la calle. También
pudo ver el bulto de mantas de las
escaleras de la casa número 4.
—Buena suerte,
Harry —murmuró. Dio media vuelta y, con un movimiento
de su capa,
desapareció.
Una brisa agitó
los pulcros setos de Privet Drive. La calle permanecía
silenciosa
bajo un cielo de color tinta. Aquél era el último lugar donde uno
esperaría que ocurrieran cosas asombrosas. Harry Potter se dio la
vuelta entre las mantas, sin despertarse. Una mano pequeña se cerró
sobre la carta y
siguió durmiendo, sin saber que era famoso, sin
saber que en unas pocas
horas le haría despertar el grito de la
señora Dursley, cuando abriera la puerta
principal para sacar las
botellas de leche. Ni que iba a pasar las próximas
semanas pinchado
y pellizcado por su primo Dudley.. No podía saber tampoco
que, en
aquel mismo momento, las personas que se reunían en secreto por
todo el país estaban levantando sus copas y diciendo, con voces
quedas: «¡Por
Harry Potter... el niño que vivió!».
- No me gusta como
suena eso último, ¿podemos seguir leyendo? - preguntó Lily.
- Por supuessto,
¿quién quiere leer ahora?
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