-
No me gusta como suena eso último, ¿podemos seguir leyendo? -
preguntó Lily.
-
Por supuesto, ¿quién quiere leer ahora?
-Perdone profesor
pero tengo una duda – preguntó Dorcas, la cual se había mantenido
un poco apartada.
- Dígame, señorita
Meadowes.
- A ver, yo entiendo
que no quisiera dejar que Harry se quedara con el idiota de Black –
y ambos Sirius la miraron con reproche, aunque ella hizo como si no
los viera y siguió – pero, ¿por qué no con Remus? El es mucho
más responsable que Black y es amigo de James y Lily.
- Eso mismo me
pregunto yo, Remus lo podría haber cuidado.
- No lo creo chicos
– les interrumpió el aludido – el profesor tenía sus razones.
- Y ya empieza con
sus prejuicios – dijo Canuto rodando los ojos - ¿Ha cambiado en el
futuro respecto a eso? - preguntó a su yo del futuro.
- Ni de lejos, sigue
igual que cuando éramos adolescentes, siempre rechaza a Tonks con
las mismas excusas – y empezó a reir – nos las sabemos ya de
memoria, soy muy viejo, muy pobre y soy peligroso – dijo enumerando
con los dedos.
James y Lily miraron
al Remus del futuro con pena mientras este agachaba la cabeza
avergonzado, porque todo era verdad.
- Bueno basta, es
hora de que sigamos con la lectura, en el descanso podrán resolver
esto – anunció Dumbledore – ahora decidamos quien va a leer.
- Yo leeré – dijo
Lunático levantando la mano. El director le pasó el libro y comenzó
con la lectura – el capítulo dos se llama “El vidrio que se
desvaneció”
Habían pasado
aproximadamente diez años desde el día en que los Dursley se
despertaron y encontraron a su sobrino en la puerta de entrada, pero
Privet Drive no había cambiado en absoluto. El sol se elevaba en los
mismos jardincitos, iluminaba el número 4 de latón sobre la puerta
de los Dursley y avanzaba en su salón, que era casi exactamente el
mismo que aquél donde el señor Dursley había oído las ominosas
noticias sobre las lechuzas, una noche de hacía diez años. Sólo
las fotos de la repisa de la chimenea eran testimonio del tiempo que
había pasado. Diez años antes, había una gran cantidad de retratos
de lo que parecía una gran pelota rosada con gorros de diferentes
colores,
- ¿Por qué le
ponían gorros a una pelota y le hacían fotos? - preguntó Bellatrix
riendo y todos rieron por la ocurrencia.
pero Dudley
Dursley ya no era un niño pequeño, (risas
por todas partes) y en aquel momento las fotos mostraban a
un chico grande y rubio montando su primera bicicleta, en un tiovivo
en la feria, jugando con su padre en el ordenador, besado y abrazado
por su madre... La habitación no ofrecía señales de que allí
viviera
otro niño.
- Pero Dumbledore
dejó allí a Harry cuando tenía un año – dijo Lily preocupada.
- Tranquila mamá,
yo estaba viviendo ahí – y ésta suspiró aliviada.
Sin embargo,
Harry Potter estaba todavía allí, durmiendo en aquel momento,
aunque no por mucho tiempo. Su tía Petunia se había despertado y su
voz chillona era el primer ruido del día.
—¡Arriba! ¡A
levantarse! ¡Ahora!
Harry se despertó
con un sobresalto. Su tía llamó otra vez a la puerta.
—¡Arriba!
—chilló de nuevo.
- Esa no es forma de
despertar a un niño de 10 años – dijo Cissy enfadada - ¿con qué
clase de muggles dejó al chico profesor?
- Me sorprendes
prima, nunca habría creido que quedara algo de bondad en tí.
- Tengo más bondad
que tú Sirius, que no se te olvide – y le lanzó una mirada de
odio por lo que el aludido prefirió guardar silencio.
Harry oyó sus
pasos en dirección a la cocina, y después el roce de la sartén
contra el fogón. El niño se dio la vuelta y trató de recordar el
sueño que había tenido. Había sido bonito. Había una moto que
volaba.
- Nunca me dijiste
que habías soñado con mi moto – le dijo Sirius emocionado y con
los ojos brillantes.
- Bueno, creo que
nunca hemos tenido demasiado tiempo para hablar.
- ¿Y eso por qué?
- pregunta James confundido.
- Tercer libro - se
limitaron a responder y le dijeron a Remus que continuase.
Tenía la curiosa
sensación de que había soñado lo mismo anteriormente. Su tía
volvió a la puerta.
—¿Ya estás
levantado? —quiso saber.
—Casi
—respondió Harry
—Bueno, date
prisa, quiero que vigiles el beicon. Y no te atrevas a dejar que se
queme.
- ¿Por qué no me
dijiste que te hacía cocinar, cariño? - le reprochó Molly molesta
– Arthur y yo hubiéramos ido a hacerle una visitilla para aclarar
cosas.
- No me pareció tan
importante mencionarlo – respondió Harry alzando los hombros.
- Pero solo tenías
10 años pequeño, no es justo lo que hacían esos muggles – dijo
Cissy enfadada - ¿van a hacerles alguna broma? - miró esta vez a
los merodeadores.
- Eso ni se pregunta
querida prima, por supuesto que sí. ¿Quieres unirte? Me sorpende de
tí, la verdad.
- Claro que me uno –
puso una sonrisa burlona – siempre he sido bromista al fin y al
cabo – y los dos rieron – además, es injusto lo que hacen con el
pobre chico, yo no trataría jamás así a mi hijo.
- Nunca me has
tratado así mamá – le respondió su hijo con una sonrisa, aunque
le sorprendió que su madre fuese una bromista, siempre la había
visto como una persona seria, sin sentido del humor, y ahora
resultaba que en el colegio hacía bromas.
- ¿Seguro que Cissy
no te ha hecho nada? - le preguntó Sirius.
- ¿Por quién me
tomas Black? - replicó Narcissa molesta – nunca trataría así a
mi pequeño – ante esto todos rieron y Draco se sonrojó a más no
poder-
- ¿Podemos
continuar leyendo?
Quiero que todo
sea perfecto el día del cumpleaños de Duddy.
Harry gimió.
—¿Qué has
dicho? —gritó con ira desde el otro lado de la puerta.
—Nada, nada...
El cumpleaños de
Dudley... ¿cómo había podido olvidarlo? Harry se levantó
lentamente y comenzó a buscar sus calcetines. Encontró un par
debajo de la cama
- ¡HARRY! - le
gritó su madre - ¿cómo se te ocurre dejar los calcetines debajo de
la cama? Eso se guarda en un cajón o en el armario.
- Lo siento mamá –
murmuró éste, pero estaba preocupado, los únicos que sabían donde
dormía eran Ron, Hermione y Tonks y no estaba preparado para que
fuera público.
y, después de
sacar una araña de uno,
- ¿Arañas? Que
asco – se quejó Ron con un escalofrío – y sus amigos rieron de
su cara de horror.
se los puso.
Harry estaba acostumbrado a las arañas, porque la alacena que había
debajo de las escaleras estaba llena de ellas, y allí era donde
dormía.
- ¿QUÉ? - fue el
grito general
- Hijo... - James lo
miró con pena – no te preocupes, vamos a cambiar todo esto y ya no
vas a tener que vivir con la morsa y la jirafa, tendrás a tu
familia, y tendrás hermanitos.
- Una niña – dijo
Sirius con los ojos brillosos. Todos lo miraron confusos, y lo aclaró
– cuando Voldemort los atacó, la pelirroja estaba embarazada, e
iba a ser una niña.
Y ahí fue cuando a
casi todos se les escaparon las lágrimas. Estuvieron un buen rato
llorando y cuando todos se hubieron relajado Lunático siguió
leyendo, ya que nadie quería hacer sentir mal a Harry por lo de la
alacena.
Cuando estuvo
vestido salió al recibidor y entró en la cocina. La mesa estaba
casi cubierta por los regalos de cumpleaños de Dudley. Parecía que
éste había conseguido el ordenador nuevo que quería, por no
mencionar el segundo televisor y la bicicleta de carreras. La razón
exacta por la que Dudley podía querer una bicicleta era un misterio
para Harry, ya que Dudley estaba muy gordo y aborrecía el ejercicio,
excepto si conllevaba pegar a alguien, por supuesto. El saco de boxeo
favorito de Dudley era Harry,
- Canuto –
interrumpió James – saca pergamino y pluma, estoy inspirado.
Éste obedeció y
los dos se pusieron a escribir en el pergamino hasta que casi lo
llenaron por completo. Cuando hubieron acabado ya había empezado la
lectura.
pero no podía
atraparlo muy a menudo. Aunque no lo parecía, Harry era muy rápido.
- Ese es mi
hijo/ahijado – dijeron los tres a la vez.
Tal vez tenía
algo que ver con eso de vivir en una oscura alacena, pero Harry había
sido siempre flaco y muy bajo para su edad. Además, parecía más
pequeño y enjuto de lo que realmente era, porque toda la ropa que
llevaba eran prendas viejas de Dudley, y su primo era cuatro veces
más grande que él.
- No lo puedo creer,
mi pobre niño – sollozó Lily y James la abrazó para
tranquilizarla y decirle que todo estaría bien, que cambiarían el
futuro.
Harry tenía un
rostro delgado, rodillas huesudas, pelo negro y ojos de color verde
brillante. Llevaba gafas redondas siempre pegadas con cinta adhesiva,
consecuencia de todas las veces que Dudley le había pegado en la
nariz. La única cosa que a Harry le gustaba de su apariencia era
aquella pequeña
cicatriz en la
frente, con la forma de un relámpago.
- ¿Te gustaba esa
cosa? - le preguntó asombrada Hermione.
- Bueno en su
momento sí, porque no sabía nada de lo que había pasado – y
todos sintieron pena por el pobre muchacho.
La tenía desde
que podía acordarse, y lo primero que recordaba haber preguntado a
su tía Petunia era cómo se la había hecho.
—En el
accidente de coche donde tus padres murieron
- ¿A-accidente de
coche? - fue el murmullo general.
- ¿Cómo se les
ocurre? Pasadme el pergamino – les dijo Sirius, y escribió varios
renglones más, con su típica sonrisa de no tramar nada bueno.
—había
dicho—. Y no hagas preguntas.
«No hagas
preguntas»: ésa era la primera regla que se debía observar si se
quería vivir una vida tranquila con los Dursley.
Tío Vernon entró
a la cocina cuando Harry estaba dando la vuelta al tocino.
—¡Péinate!
—bramó como saludo matinal.
- ¡Qué modales! -
bufó Fleur, y todos tuvieron que darle la razón.
- El cabello Potter
es indomable hijo, jamás lo podrás peinar.
Una vez por
semana, tío Vernon miraba por encima de su periódico y gritaba que
Harry necesitaba un corte de pelo. A Harry le habían cortado más
veces el pelo que al resto de los niños de su clase todos juntos,
pero no servía para nada, pues su pelo seguía creciendo de aquella
manera, por todos lados.
Harry estaba
friendo los huevos cuando Dudley llegó a la cocina con su madre.
Dudley se parecía mucho a tío Vernon. Tenía una cara grande y
rosada, poco cuello, ojos pequeños de un tono azul acuoso, y
abundante pelo rubio que cubría su cabeza gorda. Tía Petunia decía
a menudo que Dudley parecía un angelito. Harry decía a menudo que
Dudley parecía un cerdo con peluca.
- Muy buena esa hijo
– y chocaron las palmas riendo.
Harry puso sobre
la mesa los platos con huevos y beicon, lo que era difícil porque
había poco espacio. Entretanto, Dudley contaba sus regalos. Su cara
se ensombreció.
—Treinta y seis
—dijo, mirando a su madre y a su padre—. Dos menos
que el año
pasado.
- Vaya tela de niño.
Nunca querría que mi hijo se pareciera a él – comentó Lucius.
- Tranquilo Malfoy,
según tengo entendido tu hijo es peor – le replicó Sirius y todos
rieron.
- ¿Cómo te atreves
Black? Maldito traidor.
- Y a mucha honra,
lo menos que querría sería parecerme a tí, serpiente de pacotilla.
- Serás...
- ¡BASTA! -
interrumpió Dumbledore – sigamos con la lectura.
—Querido, no
has contado el regalo de tía Marge. Mira, está debajo de este
grande de mamá y papá.
—Muy bien,
treinta y siete entonces —dijo Dudley, poniéndose rojo.
Harry; que podía
ver venir un gran berrinche de Dudley, comenzó a comerse el beicon
lo más rápido posible, por si volcaba la mesa. Tía Petunia también
sintió el peligro, porque dijo rápidamente:
—Y vamos a
comprarte dos regalos más cuando salgamos hoy. ¿Qué te parece,
pichoncito? Dos regalos más. ¿Está todo bien?
Dudley pensó
durante un momento. Parecía un trabajo difícil para él. Por
último, dijo lentamente.
—Entonces
tendré treinta y.. treinta y..
- ¡No sabe sumar!
¿Cómo es posible? - preguntó Andrómeda que no salía de su
asombro.
—Treinta y
nueve, dulzura —dijo tía Petunia.
—Oh —Dudley
se dejó caer pesadamente en su silla y cogió el regalo más
cercano—. Entonces está bien.
Todos bufaron
molestos.
Tío Vernon rió
entre dientes.
—El pequeño
tunante quiere que le den lo que vale, igual que su padre. ¡Bravo,
Dudley! —dijo, y revolvió el pelo de su hijo.
En aquel momento
sonó el teléfono y tía Petunia fue a cogerlo, mientras Harry y tío
Vernon miraban a Dudley, que estaba desembalando la bicicleta de
carreras, la filmadora, el avión con control remoto, dieciséis
juegos nuevos para el ordenador y un vídeo. Estaba rompiendo el
envoltorio de un reloj de oro, cuando tía Petunia volvió, enfadada
y preocupada a la vez.
—Malas
noticias, Vernon —dijo—. La señora Figg se ha fracturado una
pierna.
- ¿Arabella Figg? -
preguntó James.
- ¿La conoces papá?
- Claro, era amiga
de mi padre, venía mucho por casa – al recordar eso su cara se
ensombreció pero intentó que no se notara.
No puede
cuidarlo. —Volvió la cabeza en dirección a Harry.
La boca de Dudley
se abrió con horror, pero el corazón de Harry dio un salto. Cada
año, el día del cumpleaños de Dudley, sus padres lo llevaban con
un amigo a pasar el día a un parque de atracciones, a comer
hamburguesas o al cine. Cada año, Harry se quedaba con la señora
Figg, una anciana loca que vivía a dos manzanas. Harry no podía
soportar ir allí. Toda la casa olía a repollo y la señora Figg le
hacía mirar las fotos de todos los gatos que había tenido.
- ¡Harry! - le
regañó su madre – pobre mujer, seguro que solo quería
protegerte, al parecer era el único contacto que tenías con el
mundo mágico – les echó una mirada de reprobación a sus amigas,
a Canuto y Lunático.
- A ellas no les
digas nada Lily, Marlene, Dorcas y Alice no pudieron hacer nada, y
nosotros, bueno, lo hemos cuidado lo que hemos podido y nos han
dejado.
- ¿Por qué no
pudieron? ¿Les pasó algo? - preguntó la pelirroja preocupada.
- Quinto libro –
se limitó a responder Sirius.
- Bueno... a decir
verdad... McKinnon sale dentro de unos capítulos y los Longbottom en
el cuarto libro – Neville lo miró sorprendido y Harry se dió
cuenta – tranquilo, no dije nada – y el rubio suspiró aliviado.
—¿Y ahora qué
hacemos? —preguntó tía Petunia, mirando con ira a Harry como si
él lo hubiera planeado todo. Harry sabía que debería sentir pena
por la pierna de la señora Figg, pero no era fácil cuando recordaba
que pasaría un año antes de tener que ver otra vez a Tibbles,
Snowy, el Señor Paws o Tufty.
- ¿EH? - fue la
pregunta general.
- Sus gatos –
respondió Dumbledore – y ahora, no interrumpais más hasta que
acabemos el capítulo, que hay que leer otro más antes de comer.
—Podemos llamar
a Marge —sugirió tío Vernon.
—No seas tonto,
Vernon, ella no aguanta al chico.
Los Dursley
hablaban a menudo sobre Harry de aquella manera, como si no estuviera
allí, o más bien como si pensaran que era tan tonto que no podía
entenderlos, algo así como un gusano.
—¿Y qué me
dices de... tu amiga... cómo se llama... Yvonne?
—Está de
vacaciones en Mallorca —respondió enfadada tía Petunia.
—Podéis
dejarme aquí —sugirió esperanzado Harry. Podría ver lo que
quisiera en la televisión, para variar, y tal vez incluso hasta
jugaría con el ordenador de Dudley.
Tía Petunia lo
miró como si se hubiera tragado un limón.
—¿Y volver y
encontrar la casa en ruinas? —rezongó.
- No va a quemar la
casa – dijo James indignado.
—No voy a
quemar la casa —dijo Harry, pero no le escucharon.
Ambos se sonrieron y
chocaron los cinco.
—Supongo que
podemos llevarlo al zoológico —dijo en voz baja tía Petunia—...
y dejarlo en el coche...
—El coche es
nuevo, no se quedará allí solo...
Dudley comenzó a
llorar a gritos. En realidad no lloraba, hacía años que no lloraba
de verdad, pero sabía que, si retorcía la cara y gritaba, su madre
le daría cualquier cosa que quisiera.
—Mi pequeñito
Dudley no llores, mamá no dejará que él te estropee tu día
especial —exclamó, abrazándolo.
James iba a volver a
hablar, pero la mirada de Dumbledore le hizo cerrar la boca de nuevo.
—¡Yo... no...
quiero... que... él venga! —exclamó Dudley entre fingidos
sollozos—. ¡Siempre lo estropea todo! —Le hizo una mueca burlona
a Harry, desde los brazos de su madre.
Justo entonces,
sonó el timbre de la puerta.
—¡Oh, Dios, ya
están aquí! —dijo tía Petunia en tono desesperado y, un momento
más tarde, el mejor amigo de Dudley, Piers Polkiss, entró con su
madre. Piers era un chico flacucho con cara de rata.
- ¿Rata? ¿No había
más animales cachorro? - le preguntó Sirius frustrado.
- Lo siento, yo en
ese momento no sabía nada – y miró a su padrino que tenía una
sonrisa tranquilizadora, por lo que suspiró aliviado de que no
estuviese enfadadó con él por la mención de dicho animal. Los del
pasado estaban confusos con todo eso pero decidieron que era mejor no
preguntar, ya que les dirían nada.
Era el que,
habitualmente, sujetaba los brazos de los chicos detrás de la
espalda mientras Dudley les pegaba. Dudley suspendió su fingido
llanto de inmediato. Media hora más tarde, Harry, que no podía
creer en su suerte, estaba sentado en la parte de atrás del coche de
los Dursley, junto con Piers y Dudley, camino del zoológico por
primera vez en su vida. A sus tíos no se les había ocurrido una
idea mejor, pero antes de salir tío Vernon se llevó aparte a Harry.
—Te lo advierto
—dijo, acercando su rostro grande y rojo al de Harry—. Te estoy
avisando ahora, chico: cualquier cosa rara, lo que sea, y te quedarás
en la alacena hasta la Navidad.
—No voy a hacer
nada —dijo Harry—. De verdad...
Pero tío Vernon
no le creía. Nadie lo hacía. El problema era que, a menudo,
ocurrían cosas extrañas cerca de Harry y no conseguía nada con
decir a los Dursley que él no las causaba.
- Magia accidental –
le dijo su madre.
- Ahora lo sé –
habló Harry con una sonrisa.
En una ocasión,
tía Petunia, cansada de que Harry volviera de la peluquería como si
no hubiera ido, cogió unas tijeras de la cocina y le cortó el pelo
casi al rape, exceptuando el flequillo, que le dejó «para ocultar
la horrible cicatriz». Dudley se rió como un tonto, burlándose de
Harry, que pasó la noche sin dormir imaginando lo que pasaría en el
colegio al día siguiente, donde ya se reían de su ropa holgada y
sus gafas remendadas. Sin embargo, a la mañana siguiente, descubrió
al levantarse que su pelo estaba exactamente igual que antes de que
su tía lo cortara. Como castigo, lo encerraron en la alacena durante
una semana, aunque intentó decirles que no podía explicar cómo le
había crecido tan deprisa el pelo. Otra vez, tía Petunia había
tratado de meterlo dentro de un repugnante
jersey viejo de
Dudley (marrón, con manchas anaranjadas). Cuanto más intentaba
pasárselo por la cabeza, más pequeña se volvía la prenda, hasta
que finalmente le habría sentado como un guante a una muñeca, pero
no a Harry. Tía Petunia creyó que debía de haberse encogido al
lavarlo y, para su gran alivio, Harry no fue castigado. Por otra
parte, había tenido un problema terrible cuando lo encontraron en el
techo de la cocina del colegio. El grupo de Dudley lo perseguía como
de costumbre cuando, tanto para sorpresa de Harry como de los demás,
se
encontró sentado
en la chimenea. Los Dursley recibieron una carta amenazadora de la
directora del colegio, diciéndoles que Harry andaba trepando por los
techos del colegio. Pero lo único que trataba de hacer (como le
gritó a tío Vernon a través de la puerta cerrada de la alacena)
fue saltar los grandes cubos que estaban detrás de la puerta de la
cocina. Harry suponía que el viento lo había levantado en medio de
su salto.
Y todos rieron ante
las ocurrencias del muchacho, ya que no podían hablar para opinar
nada.
Pero aquel día
nada iba a salir mal. Incluso estaba bien pasar el día con Dudley y
Piers si eso significaba no tener que estar en el colegio, en su
alacena, o en el salón de la señora Figg, con su olor a repollo.
Mientras conducía, tío Vernon se quejaba a tía Petunia. Le gustaba
quejarse de muchas cosas. Harry, el ayuntamiento, Harry, el banco y
Harry eran algunos de sus temas favoritos.
- Maldita morsa –
gritó furioso James – pergamino.
Y escribió muchas
líneas más.
Aquella mañana
le tocó a los motoristas.
—... haciendo
ruido como locos esos gamberros —dijo, mientras una moto los
adelantaba.
—Tuve un sueño
sobre una moto —dijo Harry recordando de pronto—.
Estaba volando.
- Mal movimiento
hijo – le dijo Lily con un poco de pena.
- Me arrepiento de
haberlo dicho.
Tío Vernon casi
chocó con el coche que iba delante del suyo. Se dio la vuelta en el
asiento y gritó a Harry:
—¡LAS MOTOS NO
VUELAN!
-
La mía sí – dijo Canuto con orgullo.
Su rostro era
como una gigantesca remolacha con bigotes. Dudley y Piers se rieron
disimuladamente.
—Ya sé que no
lo hacen —dijo Harry—. Fue sólo un sueño.
Pero deseó no
haber dicho nada. Si había algo que desagradaba a los Dursley aún
más que las preguntas que Harry hacía, era que hablara de cualquier
cosa que se comportara de forma indebida, no importa que fuera un
sueño o un dibujo animado. Parecían pensar que podía llegar a
tener ideas peligrosas.
Era un sábado
muy soleado y el zoológico estaba repleto de familias. Los Dursley
compraron a Dudley y a Piers unos grandes helados de chocolate en la
entrada, y luego, como la sonriente señora del puesto preguntó a
Harry qué quería antes de que pudieran alejarse, le compraron un
polo de limón, que era más barato. Aquello tampoco estaba mal,
pensó Harry, chupándolo mientras observaban a un gorila que se
rascaba la cabeza y se parecía notablemente a Dudley, salvo que no
era rubio. (Risas)
Fue la mejor
mañana que Harry había pasado en mucho tiempo. Tuvo cuidado de
andar un poco alejado de los Dursley, para que Dudley y Piers, que
comenzaban a aburrirse de los animales cuando se acercaba la hora de
comer, no empezaran a practicar su deporte favorito, que era pegarle
a él. Comieron en el restaurante del zoológico, y cuando Dudley
tuvo una rabieta porque su bocadillo no era lo suficientemente
grande, tío Vernon le compró otro y Harry tuvo permiso para
terminar el primero.
- Denme ese
pergamino – ordenó Molly y todos la miraron confusos – Fred,
George, deshagoguense – y les tendió el pergamino. Todos estaban
asombrados pero los aludidos empezaron a escribir todo lo que se les
pasaba por la cabeza.
Más tarde, Harry
pensó que debía haber sabido que aquello era demasiado bueno para
durar.
Después de comer
fueron a ver los reptiles. Estaba oscuro y hacía frío, y había
vidrieras iluminadas a lo largo de las paredes. Detrás de los
vidrios, toda clase de serpientes y lagartos se arrastraban y se
deslizaban por las piedras y los troncos. Dudley y Piers querían ver
las gigantescas cobras venenosas y las gruesas pitones que estrujaban
a los hombres. Dudley encontró rápidamente la serpiente más
grande. Podía haber envuelto el coche de tío Vernon y haberlo
aplastado como si fuera una lata, pero en aquel momento no parecía
tener ganas. En realidad, estaba profundamente dormida. Dudley
permaneció con la nariz apretada contra el vidrio, contemplando el
brillo de su piel.
—Haz que se
mueva —le exigió a su padre.
Tío Vernon
golpeó el vidrio, pero la serpiente no se movió.
—Hazlo de nuevo
—ordenó Dudley.
Tío Vernon
golpeó con los nudillos, pero el animal siguió dormitando.
—Esto es
aburrido —se quejó Dudley. Se alejó arrastrando los pies. Harry
se movió frente al vidrio y miró intensamente a la serpiente. Si él
hubiera estado allí dentro, sin duda se habría muerto de
aburrimiento, sin ninguna compañía, salvo la de gente estúpida
golpeando el vidrio y molestando todo el día. Era peor que tener por
dormitorio una alacena donde la única visitante era tía Petunia,
llamando a la puerta para despertarlo: al menos, él podía recorrer
el resto de la casa.
De pronto, la
serpiente abrió sus ojillos, pequeños y brillantes como cuentas.
Lenta, muy lentamente, levantó la cabeza hasta que sus ojos
estuvieron al nivel de los de Harry.
Guiñó un ojo.
- ¿QUÉ? - gritó
toda la estancia.
Harry se encogió de
hombros sin darle importancia.
Harry la miró
fijamente. Luego echó rápidamente un vistazo a su alrededor, para
ver si alguien lo observaba. Nadie le prestaba atención. Miró de
nuevo a la serpiente y también le guiñó un ojo.
La serpiente
torció la cabeza hacia tío Vernon y Dudley, y luego levantó los
ojos hacia el techo. Dirigió a Harry una mirada que decía
claramente:
—Me pasa esto
constantemente.
—Lo sé
—murmuró Harry a través del vidrio, aunque no estaba seguro de
que la serpiente pudiera oírlo—. Debe de ser realmente molesto.
- Harry, cariño,
las serpientes no te pueden entender – le explicó su madre con voz
dulce.
- ¿Sabes que estás
hablando con un libro? - se burló James.
- No me hace gracia
– reprochó ésta – nadie ha podido enseñarle nada al pobre, por
tener que vivir con esa gente.
La serpiente
asintió vigorosamente.
- Te entiende...
pero... ¿Cómo?
- Bueno, mamá...
hablo pársel – soltó Harry de un tirón y todos los del pasado lo
miraron confusos y un poco molestos.
- ¿Por qué? -
volvió a preguntar la pelirroja nerviosa.
- Saldrá en los
libros.
—A propósito,
¿de dónde vienes? —preguntó Harry.
La serpiente
levantó la cola hacia el pequeño cartel que había cerca del
vidrio. Harry miró con curiosidad. «Boa Constrictor, Brasil.»
—¿Era bonito
aquello?
La boa
constrictor volvió a señalar con la cola y Harry leyó: «Este
espécimen fue criado en el zoológico».
—Oh, ya veo.
¿Entonces nunca has estado en Brasil?
Mientras la
serpiente negaba con la cabeza, un grito ensordecedor detrás
de Harry los hizo
saltar.
- ¿Y ahora qué
pasa? Harry los problemas van a tí por lo que parece – comentó
Canuto.
- Siempre – y
todos rieron (ALWAYS ;))
—¡DUDLEY!
¡SEÑOR DURSLEY! ¡VENGAN A VER A LA SERPIENTE! ¡NO VAN A CREER LO
QUE ESTÁ HACIENDO!
- SERÁ... - empezó
Canuto, pero Lily le lanzó una mirada de advertencia y decidió
callarse.
Dudley se acercó
contoneándose, lo más rápido que pudo.
—Quita de en
medio —dijo, golpeando a Harry en las costillas. Cogido por
sorpresa, Harry cayó al suelo de cemento. Lo que sucedió a
continuación fue tan rápido que nadie supo cómo había pasado:
Piers y Dudley estaban inclinados cerca del vidrio, y al instante
siguiente saltaron hacia atrás aullando de terror.
Harry se
incorporó y se quedó boquiabierto: el vidrio que cerraba el
cubículo de la boa constrictor había desaparecido.
- Magia accidental –
comentó Lunático – seguramente te castigarían...
- La verdad es que
sí lo hicieron – dijo Harry un poco cabizbajo.
La descomunal
serpiente se había desenrollado rápidamente y en aquel momento se
arrastraba por el suelo. Las personas que estaban en la casa de los
reptiles gritaban y corrían hacia las salidas.
Mientras la
serpiente se deslizaba ante él, Harry habría podido jurar que
una voz baja y
sibilante decía:
—Brasil, allá
voy... Gracias, amigo.
El encargado de
los reptiles se encontraba totalmente conmocionado.
—Pero... ¿y el
vidrio? —repetía—. ¿Adónde ha ido el vidrio?
El director del
zoológico en persona preparó una taza de té fuerte y dulce para
tía Petunia, mientras se disculpaba una y otra vez. Piers y Dudley
no dejaban de quejarse. Por lo que Harry había visto, la serpiente
no había hecho más que darles un golpe juguetón en los pies, pero
cuando volvieron al asiento trasero del coche de tío Vernon, Dudley
les contó que casi lo había mordido en la pierna, mientras Piers
juraba que había intentado estrangularlo.
- Genial – dijo
Canuto con sarcasmo.
- Qué maleducados –
empezó Tonks con enojo – jamás educaría así a un hijo mío.
Ante eso Teddy
sonrió, él hubiera querido estar más tiempo con su madre, y poder
disfrutar de ellos, que le enseñaran bromas y le contaran historias,
que jugaran Quidditch con él, pero no pudo ser, el maldito de
Dolohov tuvo que matar a su padre y Bellatrix a su madre. Eso le
dolía y se le notó en la cara.
- Tranquilo Teddy –
le dijo Lilu sonriendo – verás que todo saldrá bien – se
levantó y lo abrazó, y luego se sentó en sus piernas mientras en
la abrazaba por la cintura sonriendo y agradeciendo haber tenido una
“hermanita” como ella.
Pero lo peor,
para Harry al menos, fue cuando Piers se calmó y pudo decir:
—Harry le
estaba hablando. ¿Verdad, Harry?
Tío Vernon
esperó hasta que Piers se hubo marchado, antes de enfrentarse con
Harry. Estaba tan enfadado que casi no podía hablar.
—Ve...
alacena... quédate... no hay comida —pudo decir,
- ¿Sin comida?
Esos son los peores castigos hermano – le dijo Ron.
- Lo sabes por
experiencia hermanito – comentó Charlie provocando las risas del
resto y el sonrojo del aludido.
antes de
desplomarse en una silla. Tía Petunia tuvo que servirle una copa de
brandy. Mucho más tarde, Harry estaba acostado en su alacena oscura,
deseando tener un reloj. No sabía qué hora era y no podía estar
seguro de que los Dursley estuvieran dormidos. Hasta que lo
estuvieran, no podía arriesgarse a ir a la cocina a buscar algo de
comer.
Había vivido con
los Dursley casi diez años, diez años desgraciados, hasta donde
podía acordarse, desde que era un niño pequeño y sus padres habían
muerto en un accidente de coche. No podía recordar haber estado en
el coche cuando sus padres murieron. Algunas veces, cuando forzaba su
memoria durante las largas horas en su alacena, tenía una extraña
visión, un relámpago cegador de luz verde
- Mi pobre niño...
- Lily se levantó de golpe y lo abrazó sollozando – no puede
ser... recuerda la maldición...
- Tranquila cariño
– James también se había levantado y los abrazaba a ambos – no
vamos a dejar que eso vuelva a pasar.
- Gracias – les
dijo Harry a ambos y se sentaron juntos.
y un dolor como
el de una quemadura en su frente. Aquello debía de ser el choque,
suponía, aunque no podía imaginar de dónde procedía la luz verde.
Y no podía recordar nada de sus padres. Sus tíos nunca hablaban de
ellos y, por supuesto, tenía prohibido hacer preguntas. Tampoco
había fotos de ellos en la casa. Cuando era más pequeño, Harry
soñaba una y otra vez que algún pariente
desconocido iba a
buscarlo para llevárselo, pero eso nunca sucedió:
James y Lily miraron
mal a sus amigos, que agacharon la cabeza, no sabían que les había
pasado pero estaban seguros que no era nada bueno, si no, habrían
ido a ver al pequeño Harry.
los Dursley eran
su única familia. Pero a veces pensaba (tal vez era más bien que
lo deseaba) que
había personas desconocidas que se comportaban como si lo
conocieran. Eran desconocidos muy extraños. Un hombrecito con un
sombrero violeta lo había saludado, cuando estaba de compras con tía
Petunia y Dudley. Después de preguntarle con ira si conocía al
hombre, tía Petunia se los había llevado de la tienda, sin comprar
nada. Una mujer anciana con aspecto estrafalario, toda vestida de
verde, también lo había saludado alegremente en un autobús. Un
hombre calvo, con un abrigo largo, color púrpura, le había
estrechado la mano en la calle y se había alejado sin decir una
palabra. Lo más raro de toda aquella gente era la forma en que
parecían desaparecer en el momento en que Harry trataba de
acercarse.
En el colegio,
Harry no tenía amigos. Todos sabían que el grupo de Dudley odiaba a
aquel extraño Harry Potter, con su ropa vieja y holgada y sus gafas
rotas, y a nadie le gustaba estar en contra de la banda de Dudley.
- Mi pobre niño, lo
que habrás tenido que pasar por culpa de mi odiosa hermana.
- No te preocupes
mamá, al final te acostumbras.
- Bueno – preguntó
Dumbledore - ¿Quién va a leer ahora?
- Yo profesor –
levantó la mano Lily, y recibió el libro – el siguiente capítulo
se llama...
Comentarios
Publicar un comentario